Por
Daniel Chaves
Fieles a nuestra idiosincrasia futbolera,
nos decidimos, desde hace algún tiempito a jugar, nuevamente, el gran clásico
de estas tierras. El equipo que representa nuestros colores, Proyecto Nacional,
con sumo esfuerzo y cuidado logró aventajar por un gol al campeón de todos los
tiempos, al amigo de los jueces y de las autoridades máximas de la liga de
fútbol, a los dueños de la pelota… cuyas reglas, casualmente, fueron escritas
por éstos mismos o a lo sumo por sus ancestros. Se trata del Oligarquía
Imperialista Football Club. Están acostumbrados históricamente a ser campeones
a cualquier precio. Y llevarse los clásicos en casi todas las oportunidades. Pero
resulta que últimamente se encontraban en desventaja, intactos en sus
posibilidades pero poco efectivos para desbaratar la correcta aunque a veces
exagerada propuesta defensiva del retador tantas veces derrotado, pero que no
obstante, cuenta desde antaño con el apoyo y el cariño del conjunto mayoritario
del pueblo. Esta vez venía linda la cosa, los teníamos desbalanceados,
confundidos, desorganizados, con un atractivo juego en bloque aunque acaso,
poco incisivos. No supimos cómo ir a fondo para liquidar el pleito con un
segundo y hasta un tercer gol. Y como indica el axioma, los goles que no se
convierten en el arco contrario, a la larga, se pagan en el propio.
Algunos desarreglos en la estrategia que
llevaron a exagerar en improvisaciones de último momento, sumados a un par de
horrores defensivos y la mencionada falta de puntería en el arco rival, han
permitido que, a falta de escasos minutos para concluir el match, Oligarquía
Imperialista F.C. arremeta a lo bestia, y de arrebatado nomás –siempre son “planificadamente
arrebatados”- saque a relucir su potencia goleadora y desequilibre a su favor
la partida con un 2-1 que genera incertidumbres entre los seguidores de
Proyecto Nacional, y a unos cuantos memoriosos nos lleva a rememorar antiguas
performances iguales o incluso superiores en esfuerzo colectivo pero con
similares déficit y, de no revertirse la tendencia vigente, idéntico resultado
final.
Ahora resta poco, aunque suficiente tiempo
para revertir la historia. Lo que era un triunfo esforzado y más exiguo de lo
que se podía alcanzar, ahora es una derrota aún por estrecho margen. Pero el
ánimo de ambos bandos ha cambiado, sabemos que el árbitro tiende a favorecer a
unos sobre otros en la primera que se le presente, y que nuestras estrellas
incuestionables del equipo y generadoras de volumen de juego, están un tanto
cansadas, acalambradas, amén del infortunio de nuestros delanteros para
concretar las ocasiones que les llega desde la conducción del equipo.
Oligarquía se agranda, lee correctamente el partido, se abroquela firme en el
fondo y conoce sus potencialidades para rematar la cosa en algún contraataque
furibundo.
Nacional sintió el impacto de los mazazos,
muchos ataques que finalmente, consiguieron hacer mella en su táctica defensiva
y abrir la brecha por donde se filtre un nuevo triunfo de los mismos de
siempre.
Ya no hay margen para abrir la cancha con
preciosismos y lateralización del juego para que aplauda la tribuna. Hay que
ser punzantes, reordenarse y pasar a la ofensiva. Aún sabiendo que nos
exponemos a una goleada de contragolpe, no sólo vale la pena el intento, sino
que es una obligación histórica que hay que acometer.
No hay margen ni honraremos a nuestros
caudillos, a nuestros aguerridos paisanos de antaño, auto-regocijándonos en una
“derrota digna”. Hay que ir a ganar. A llenarles la canasta, como dirían los
abuelos. Dejar todo en la cancha y jugarse el todo por el todo, por el único
resultado que le sirve no sólo al equipo, sino especialmente a los millones y
millones que han depositado, una vez más, sus esperanzas de este lado del
campo.
Redoblar, extremar y radicalizar esfuerzos
en la ofensiva, o ellos vuelven a ganar.