Por Jorge Eduardo Capó
Muchos
especialistas aseguran que, independientemente del país que se trate, el
resultado de una contienda electoral se define en los últimos días, y que el
humor social – determinante en el resultado- depende, en gran medida, del
comportamiento de la economía en los
meses previos al comicio.
Seguramente
la Argentina
no está exenta de este contexto, máxime si se tiene en cuenta que los niveles
de conciencia política y de clase, distan mucho de ser los ideales. Ante esta
realidad, no cabe duda, de que la orientación del voto mayoritario dependerá de
factores coyunturales muy puntuales, asociados a los temas cotidianos, más que
a una visión amplia o estratégica, propia de quien tiene una ideología
consolidada.
Repasar
la historia reciente nos permite ver que una importante masa de votantes se
guía por las sensaciones del momento, y que esto los puede llevar a posiciones
tan oscilantes como impensadas, pueden
resultar garantes de un modelo de justicia o, por el contrario, apoyar
ciegamente a candidatos ubicados en las antípodas de los intereses populares.
Por
eso esta reflexión: las elecciones del
próximo mes de octubre tienen una importancia fundamental, no sólo por el
número de bancas en disputa, que es relativo, sino por el impacto anímico y la
incidencia que pueda tener el resultado en el futuro del proyecto gobernante.
Y en ese contexto, llama la atención y
preocupa, por ejemplo, la postura del ministerio de trabajo a la hora de arbitrar
las negociaciones paritarias.
No se entienden las motivaciones que llevan a la cartera laboral a que
en forma cada vez más evidente, sugiera recomposiciones salariales que no
superen un exiguo 20% para todo el año 2013.
Pensar
que el ministro desconoce el deterioro que registran los salarios roza la
candidez.
¿Será
la necesidad de mantener a cualquier precio la falacia de un índice
inflacionario oficial, la que lo lleva al punto de boicotear acuerdos
salariales pactados con las cámaras empresarias?
Lo cierto es que se enrarece un escenario
preelectoral que debería interesar y mucho.
Porque
está en juego nada más y nada menos que el rumbo de un modelo y la posibilidad
histórica de corregir viejos esquemas distributivos que – sistemáticamente- han excluido a las mayorías.
En
este estado de cosas, resulta todo un desafío mantener el espíritu en alto y no
caer en el desaliento, porque posturas como la de Carlos Tomada, por un lado y
el impresentable mosaico opositor por el otro, dejan a una enorme franja de
votantes con más incertidumbres que certezas.
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