Por Rubén Lombardi
Bastante
sabemos del Coronel Manuel Dorrego los argentinos a ésta altura. Al menos
conocemos que fue un Gobernador federal que murió trágicamente por orden del
General Lavalle.
Sin
embargo hoy deseo traer a la lectura un rasgo menos difundido de su vida y que,
a mi entender, fue muy destacado: Su capacidad militar.
Había
nacido en 11 de junio de 1787 en Buenos Aires y sus primeras experiencias
políticas lo llevaron a Chile, donde estudió la carrera de las leyes. Ahí en
Santiago estaba cuando en 1810 la agitación revolucionaria que devoraba el
continente alcanza su pasión independentista. Contagiada la juventud chilena,
es derrocado el Gobernador español Carrasco, saliendo Manuel por las calles al
grito de “¡JUNTA QUEREMOS! “, Entablada la lucha a muerte entre los bandos
peninsular y emancipador, el joven estudiante porteño tuvo una actuación tan
profunda y valiente que terminó su aventura trasandina con el premio de un
escudo: “CHILE a su primer defensor”, y el ascenso al grado de Capitán.
En 1811
regresa de este lado de la Cordillera, y cuando arriba a su solar natal
encuentra a la Junta Grande y a la Revolución sumida en grandes dificultades.
En la Banda Oriental, el flamante virrey Elío había empezado a bombardear el
puerto de Buenos Aires usando su superioridad naval; en Paraguay el general
Belgrano venia de un estrepitoso fracaso en el cumplimiento de las órdenes recibidas
de escarmentar a los nativos; y por el Norte, el Ejército del Alto Perú casi
que se disolvía luego del Desastre de Huaqui.
Entonces
el presidente de la junta, Cornelio Saavedra resuelve ir a ponerse al frente de
éstas fuerzas de “arriba”, llevando en su comitiva al casi desconocido aún
Manuel Dorrego.
Allí en
el norte tiene oportunidad Manuel de palpar lo mal que había caído en ese
ambiente tranquilo y lento de los valles y los cerros, el comportamiento
altanero y agresivo de los oficiales porteños. Y aunque ideológicamente
chispero y liberal, su inteligencia y patriotismo lo llevó a fruncir el ceño ante anécdotas feroz e
innecesariamente antirreligiosas producidas por los altos mandos comandados por
Castelli.
Arriba
Belgrano como nuevo General en Jefe. Liberal en lo político y económico, le
impregna a la oficialidad una ortodoxia religiosa frontalmente opuesta, que también
ocasiona el rechazo de Dorrego, subordinándose por el momento a las órdenes superiores.
Las batallas de Tucumán y Salta entre setiembre de 1812 y febrero de 1813, lo
tienen como desconocido y principal protagonista. Belgrano carecía de
conocimientos militares, aunque trataba de suplirlo con patriotismo y sentido
común. Pero Dorrego había nacido con talento en la materia.
En 1812,
el creador de la bandera ya había abandonado Jujuy con el Éxodo famoso y
también Salta. Bajando en retroceso, con fuerzas totalmente desarmadas y hasta
heridas en enfermería volante, llega a Tucumán desde donde el Triunvirato le
había ordenado bajar hasta Córdoba. Pero son los mismos tucumanos quienes
persuaden al General que debía esperar allí al enemigo. Y así hace don Manuel
presentando lucha, la que por su desorden e improvisación fue denominada “La
más gaucha de nuestras batallas”. De resultado incierto hasta casi últimos
momentos y sin órdenes centralizadas impartidas por el generalato, el comandante
de las fuerzas de reserva (que era nuestro personaje homenajeado) con un golpe
de vista adivina el punto flojo del enemigo y se precipita como una tromba al
campo de batalla, con lo que se decide la victoria final.
Esta
actuación le vale el ascenso al grado de Teniente Coronel en propiedad.
Ahora el
Ejército no baja sino que asciende en persecución del enemigo. En Salta se
enfrentan nuevamente. Las huestes peninsulares empiezan otra vez triunfando sin
poder completar la victoria. Belgrano otra vez erra la táctica permitiendo que
el General Tristán resistiera los ataques en el llano y ocupara el cerro San
Bernardo con sus tiradores masacrando a los criollos. Hasta que el General
decide llamar a la reserva y le dice a Dorrego la frase que pasó a la inmortalidad:
“Comandante Dorrego. AVANCE USTED Y LLEVESE POR DELANTE AL ENEMIGO…”, lo que
cumplió tan arrolladoramente el Coronel que desorganizó completamente a la
fuerza rival, permitiendo que la artillería propia hiciera estragos en el resto
y terminara la batalla de Salta con otra resonante conquista.
Pero
antes de estas dos batallas célebres, había encabezado Dorrego escaramuzas
menores y en un par de ellas venia de sufrir heridas graves. En una de 1812 fue
herido de bala en el cuello, narrándose que aún lastimado y en el suelo,
arengaba a sus hombres a no abandonar el campo de batalla, tal era su FANATISMO
PATRIOTICO. Mejorado del mencionado percance es alcanzado por otra mala
lastimadura en el esófago que le dejó el saldo de una herida mal cicatrizada y
una ronquera rebelde.
Pero
luego de éstos éxitos Dorrego y Belgrano se distancian en su mutua confianza.
Lamentable, ya que don Manuel tenía gran concepto del valor militar del joven
chispero, pero éste no estaba de acuerdo con la excesiva nobleza en tiempos de
guerra mortal con el enemigo (Belgrano otorgaba treguas y libertades al enemigo
a cambio de simples palabras de honor). Y menos con el rigor católico impuesto.
Tenía un par de sobrenombres el Coronel para Belgrano: EL BABIECA y EL CHUPA
VERDE. (Si, aunque en las escuelas éstas cosas no se enseñen, nuestros próceres
también eran bocas sucias en el lenguaje diario).
La
autoridad del General se resintió y la indisciplina cundió por esos años en las
filas del Ejército patrio. Por alentar un duelo privado entre dos oficiales
Dorrego es extrañado de la milicia y colocado en Humahuaca. Ausente en las
batallas de Vilcapugio y Ayohuma, mucho lamentó Belgrano la ausencia del
díscolo Coronel, llegando a afirmar: “Más hubiera querido tener en éstas
batallas al Coronel Dorrego que al mismo Papa”.
Luego San
Martín suple a Belgrano en enero de 1814. Dorrego retorna al campamento
patriota. El futuro Libertador piensa en las útiles funciones del Ejército del
Norte, y es Dorrego quien lo convence de dejar una pequeña fuerza montada con
gauchos lugareños que molestaran a los godos, avanzando y retrocediendo, con
leves escaramuzas aprovechando la sinuosidad de los terrenos serranos y la
habilidad de los paisanos. Es decir que la gran gesta del General salteño
Martín Guemes se debió a una iniciativa dorreguiana, también.
Pero el
nuevo General tenía la obsesión de atravesar la Cordillera por tierra cuyana.
Captado su plan estratégico por Dorrego, es éste quien le suministra los
primeros datos del cruce de Los Andes, las rutas y toponimias más exactas para
el pasaje de tropas, todo ello basado en los numerosos cruces particulares que
había efectuado el joven chispero en sus años mozos en Chile.
A
renglón siguiente llegan años duros para Manuel. Enfervorizado militante
republicano e independentista como era, defensor de la Soberanía nacional desde
siempre, se opone a los planes Pro portugueses del Director Pueyrredón, quien
llega hasta acordar con los ambiciosos ocupantes del Brasil la entrega de la
Banda Oriental y la expulsión de su jefe, José Artigas. Expatriado por haber
amenazado “pasarse a la montonera”, recién puede retornar a la patria en 1820,
pero ya con la experiencia de haber palpado el funcionamiento práctico del
federalismo norteamericano, que lo deslumbra. Y acentúa su federalismo
republicano nomás, con una agudeza que causa temor a los solemnes y
todopoderosos unitarios como Rivadavia, Agüero, Del Carril, Varela…
Pero los
hechos que pintaron sus luchas políticas en línea con el federalismo
democrático y que le causaron la muerte, son otra Historia, para otra
oportunidad.
Solo
quise hoy traer a la lectura mensual lo que nos han enseñado poco del primer
Coronel del Pueblo, sus grandes dotes militares y varios hechos heroicos en los
que le tocó actuar.
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