Por:
Prof. Edmundo Mario Zanini
En la última columna aparecida en la edición de Huellas del mes de
abril, habíamos comentado sobre dos principios (seguro debe haber más) que
pueden determinar la conducta humana y se expresan en la educación. En la de
puertas adentro (la de la familia) y la “de todos”, si así se quiere presentar
a la escolar, la formal, la pública… (ya
aquí hay mucha tela para cortar).
La que mejor conocemos, la que se expresa cotidianamente en cualquier
conversación inocente: “mi libertad termina donde empieza la libertad del
otro”.
Noción que, a primera vista, parece muy lógica y respetable. Los límites
en las relaciones interpersonales son como las medianeras. Estoy yo, y a mi
alrededor, todos los otros. Que presionan, como las otras sardinas en la
pequeña lata. Más vale no moverse mucho, o en todo caso, ponerse bien gordo -de
arranque nomás- para ganarnos el
“espacio vital” y que “nos respeten”.
Ni se me ocurre pensar en “dar una mano”
(claro, las sardinas… no tienen).
Tengo la mirada fija en mí, en mis intereses, en mis necesidades y mis
derechos.
Queda claro cuál es el modo de educarnos desde esa perspectiva. No hay
criterios de ayuda, no existe la solidaridad. Aquello de “fraterno” se ha muerto sin nacer.
Todo esto le viene como anillo al dedo al programa capitalista. Cada
individuo en lo suyo. Y todos para el dueño de la torta…
Por aquí nos parece que se cuela otra filosofía. Que, seguramente, podrá
expresarse de muchas maneras. La de “mi libertad toma sentido en el bienestar
del otro”, es una. Creo haberla leído, hace muchos años ya, en algún texto
sobre la cultura cátara, la de los “puros”, la de los “perfectos”… No pienso
hacer una defensa de esa “secta religiosa”, que tal vez no lo merezca. Alguno
de esos nombres se los daban a sí mismos. Otros se los endilgaron sus enemigos
y exterminadores: los católicos intolerantes de la Inquisición.
La idea es analizar los efectos inmediatos de ese modo de organizar la
convivencia. Y plantear el sentido de la
educación. La pública. La gratuita. La que “banca” el Estado… La que aspira a
que no nos saquemos los ojos los unos a los otros, sino la que apunta a
conformar un mundo solidario, desapegado, pero comprometido con el bien de
todos.
¿Te lo imaginás?
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