Oscar Laborde.
Director del
Instituto de Estudios de America Latina-CTA
Consumado el golpe de Estado contra Dilma Rousseff, “el fora Temer” abre una etapa donde será reformulada la
representación del movimiento popular. En los ‘80, el Partido de los
Trabajadores (PT) significó una gran
novedad, una aparición muy interesante, en momentos en que solamente estaban la izquierda, referenciada
en la Unión Soviética, y la centro izquierda, apoyada en la socialdemocracia europea. El PT surgió como un partido dirigido
por obreros, que lo crearon después de una lucha reivindicativa aunque más
tarde entendieron que debían volcarse a lo político, concluyendo con los curas
de la Opción por los Pobres, los intelectuales y ex guerrilleros. Eso conformó
una fuerza política absolutamente novedosa, muy influyente, con Lula como su
máxima expresión. El PT representó, en esencia, a las clases trabajadoras. De hecho, todavía hoy los secretarios generales y la mayoría de su comité
ejecutivo siguen siendo dirigentes obreros.
Pero hubo una
burocratización del PT, criticada por el propio Lula. El sistema político en
Brasil exige tener mucho dinero para ser diputado y hubo funcionarios que
tenían capacidad pero no provenían de la historia del PT. Además, en la
presidencia de Dilma comenzó a darse un alejamiento con respecto a los
postulados del partido y, sobre
todo, con respecto de lo que había planteado en la campaña electoral por la
cual ganó. La falta de una mayor movilización callejera y popular ante la caída de Dilma tiene que ver con eso. El Movimiento
Sin Tierra (MST), la Central Única de Trabajadores (CUT), el propio PT y las
juventudes sintieron que Rousseff optó por
hacer un equilibrio que fue perjudicial, poniendo a Joaquim Levy como ministro
de Economía. Así trató de
congraciarse con el establishment, pero lo que terminó ocurriendo fue que las
elites paulistas nunca confiaron en Dilma y los sectores populares comenzaron a
desconfiar de ella. A eso se sumó una manipulación gigantesca de los medios de
comunicación. La consecuencia fue que, al momento de
consumarse el golpe, el
gobierno no encontró el respaldo de los que tendrían que haber salido a la calle
Por eso entiendo
que debe haber una reformulación, una
recreación del PT. Ya lo había
planteado el propio Lula hace unos años y hubo varios intentos, como el de
avanzar hacia un esquema similar al del Frente Amplio uruguayo oconstruir una gran confluencia de movimientos sociales y políticos. El PT
fue una herramienta adecuada y novedosa, una creación del movimiento popular
brasileño, pero finalmente no pudo ni siquiera manifestarse contra un golpe de
Estado. Por eso, lo que viene es una recreación del movimiento popular, pero no
sólo en Brasil, sino en toda Sudamérica, incluida la Argentina.
El haber pasado por
el gobierno crea conciencia en la base popular y también deja una enseñanza
sobre las insuficiencias que existieron. Eso obliga a la conducción actual del PT a hacer otras
propuestas. Fui testigo en reuniones con Lula de las críticas que él destinaba a los dirigentes que se habían burocratizado; dirigentes que no
venían de la tradición del partido y que eran reelegidos por los recursos económicos o por su nivel de conocimiento en la
opinión pública, pero que no
representaban a la base del espacio político. Por otra parte, el PT no supo contener a una expresión
social y económica que ellos mismos crearon. Sí lo hacían con los trabajadores asalariados, pero había un fenómeno nuevo, de los
paupérrimos que habían crecido en el noroeste, de las clases medias y los
sectores juveniles, donde el partido no tuvo una representatividad fuerte. Por ejemplo, el
PT nunca dirigió el movimiento
estudiantil. Y no logró contener al sujeto social que creó desde las medidas que aplicó como gobierno, esta aparición de 30
o 40 millones de brasileños que ingresaron a la
clase media.
El PT cortó la alianza
que había entre la conducción y los sectores
más humildes, lo que se llama el “lulismo”: la relación de Lula, sin intermediarios, con los pobres. Es cierto que Lula triunfó con el voto de las
grandes ciudades, delas concentraciones
obreras, pero reeligió, y después
ganó Dilma, con el voto de los muy pobres. Los
sectores de derecha aprovecharon el distanciamiento con esta base del proyecto del lulismo.
Ahora, el grito de “fora Temer” va a derivar
en una nueva dirigencia y actores políticos. Para dar una idea, Dilma tenía
un 8% de imagen positiva cuando se fue, pero ya acumula un 30%, porque fue tan grotesco lo que hicieron Michel Temer y Eduardo
Cunha que generó un repudio inmediato. En la historia de Brasil va a quedar este golpe de Estado y el “fora
Temer” como una etapa, una epopeya, similar a lo que fue para Argentina
el “luche y vuelve”. En ese marco, el PT
será una parte importante, pero que no va a ser todo. Están los movimientos
sociales, que en el último tiempo se habían distanciado del partido de gobierno, y hay nuevas expresiones, sobre
todo, juveniles y estudiantiles.
En cuanto a Temer, lo que él tiene es una
asociación creada para desplazar a Dilma pero que presenta grandes problemas para funcionar en el gobierno. Va a
aplicar un ajuste brutal, más aún que el de Mauricio Macri, si se pudiera, y lo va a
hacer sin la legitimidad que da ganar una elección. A los argentinos nos puede
gustar o no lo que hace Macri, pero efectivamente tiene un mandato popular para
gobernar. De eso carece Temer, que de todos modos va producir un ajuste
salvaje, porque para eso lo respalda la elite. Su armado es superestructural,
una sumatoria de decenas de partido locales, de caudillos lugareños, que
se reunieron exclusivamente en el Senado para
derrocar a Dilma. Eso no es una fuerza política. Es un acuerdo espurio. Una
herramienta ad hoc, donde la argamasa son los cargos y los recursos. Hay, en
general, una idea neoliberal y esclavócrata de volver a un Brasil conducido por
la elite blanca, paulista y gaúcha. Pero no significa que exista un entramado político consistente. Por ejemplo, si uno lo compara con el PRO, puede verse que la argentina es una fuerza que
gobernó la capital del país, y que como tal
ganó elecciones en otros distritos y tiene liderazgos establecidos. Macri es el
jefe del PRO pero Temer no es el jefe de los senadores que destituyeron a Dilma. De esos 61 legisladores, no más de 8
le responden. Por eso, va a tener muchas dificultades para gobernar y
seguramente recurrirá a la represión.
Frente a este escenario, hoy Lula
sigue siendo lejos -él, no el PT- el dirigente con mejor imagen y con
posibilidades de ganar, por lo menos, una primera vuelta electoral. Pero va a tener que rearmar su fuerza con la enseñanza de que no puede
hacer acuerdos estables con unos caudillos
aventureros, que se acomodan según su conveniencia.
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