Por:
Javier Souza Casadinho
Coordinador
regional de la Red de Acción en Plaguicidas
y
sus Alternativas de América Latina. RAPAL
Seguramente en los últimos meses, y más de
una vez, hemos escuchado y nos hemos alarmado con informaciones sobre las inundaciones que padecen zonas del
centro norte de nuestro país y de los focos de incendio que asolan
fundamentalmente la zona sur, principalmente las provincias de Bs. As., La
Pampa y de Río Negro. Lamentamos las
pérdidas económicas, la destrucción de hábitats, la perdida de vías humanas,
ahora bien pocas veces nos detenemos a
profundizar las causas de estos procesos, los naturalizamos atribuyéndoles
causas “naturales”, cuando no divinas, a estos sucesos, con lo cual tratamos de
esquivar todo origen antrópico, esto es, hacernos cargo de que no son
accidentes , y que podrán haberse evitado si fuéramos capaces de incluirnos
como seres humanos dentro de la naturaleza en vez de profundizar la escisión
que nos separa cada vez más. Esta situación da origen a una relación
instrumental con el ambiente que se constituye en fuente de insumos que
mediante la extracción, en apariencia ilimitada, permite sostener nuestras
pautas de consumo y además es el destino donde se intenta volcar, amontonar,
nuestros desechos. Es así como la naturaleza ha pasado de ser sagrada, matriz
de creación, a proveedora “ilimitada” de recursos.
Cada vez con más frecuencia la naturaleza da
muestras de colapso, que esta relación donde los procesos económicos de
producción y sus conexos de extracción, consumo y descarte que operan sin
atender a los ciclos, relaciones y flujos naturales están agotados. Esto es lo que sucede por
ejemplo con las inundaciones. Aquí actúan de manera sinérgica varios procesos;
A- Las lluvias se han vuelto aleatorias a causa del calentamiento global y del
consecuente cambio climático, del cual las actividades industriales, agrícolas
y el uso desenfrenado de combustibles en ámbitos urbanos son responsables. En algunas zonas del país las precipitaciones
se han vuelto más frecuentes e intensas.
B- el reemplazo de la diversidad natural, en el caso por ejemplo de
algunas zonas de la provincia de Córdoba representada por árboles, arbustos y
pastos por cultivos anuales para la exportación. Está claro que la demanda de
agua de un árbol es muchísimo menor a la de un cultivo anual como la soja, con
la cual hay más agua en los suelos. C- el deterioro en la calidad física, biológica
y química de los suelos producto tanto
del menor “retorno” o devolución de materia orgánica como de la mayor aplicación
de fertilizantes y plaguicidas. Entonces llueve más, los suelos son capaces de
retener menos agua, porque poseen un menor contenido de materia orgánica y
además las plantas requieren y absorben menos agua, de allí el exceso que según
la topografía del lugar puede quedarse allí o canalizarse “naturalmente” a
otros lugares originando inundaciones. ¿Es posible modificar esta situación?
Claro que sí, pero los resultados no serán
inmediatos. En primer lugar se debe frenar el desarrollo de los
monocultivos a partir de rotaciones agrícolas - ganaderas con lo cual no solo
se mejorara la calidad de los suelos sino además se requerirán menor cantidad de
agrotóxicos. En segundo lugar se deben
encarar estrategias y tecnologías agroecológicas adaptadas a cada zona, clima y
topografía, practicas agroecológicas que no solo posibilitan generar agro
ecosistemas estables y viables económicamente sino capaces de demandar menos
energía no renovables y adaptarse al cambio climático.
Si bien las causas de los incendios son
diferentes encontramos en ellas la misma matriz desaprensiva de relacionamiento
con los bienes comunes naturales. En
muchos casos el origen se halla relacionado con procesos de sequía a los cuales
están sometidos los ecosistemas. Sequías vinculadas a los procesos de cambio
climático en lo cual la aleatoriedad en la frecuencia e intensidad de las lluvias son una
constante. Los vegetales secos son un caldo de cultivo para desencadenar los
incendios, proceso que además requiere
de una fuente ígnea , esta puede ser el
fuego utilizado para la caza de animales, la quema de vegetación autóctona para
implantar cultivos o “hace pasto” cuanto no la acción de rayos solares sobre
vidrios acumulados en macro y micro basurales. Al igual que las inundaciones
las causas, mal que nos pesen son humanos, no podemos ni pensar, ni hablar de
la fatalidad.
Las inundaciones y los incendios deben
preocuparnos no solo por las consecuencias más evidentes y de corto plazo, sino
por el efecto devastador en los ecosistemas naturales y antrópicos que
comprometan la vida de las futuras generaciones en el planeta. Se están
afectando los servicios eco-sistémicos, es decir las acciones que
“gratuitamente” nos brindan los pastizales, los bosques, las selvas. Esto es
absorber dióxido de carbono, producir materia orgánica, reciclar y retener el
agua, brindar alimentos, etc. No hay
soluciones sencillas pero sí efectivas, las cuales deben pasar por el retorno a
una relación armónica con la naturaleza,
respetando sus ciclos y relaciones. A su vez modificar las pautas de producción,
consumo y descarte atendiendo a procesos cíclicos más que a términos lineales
de extracción y desecho.
Por último se requiere recuperar un sentido
de espiritualidad, una noción de trascendencia y armonía que nos ligue entre
los seres humanos y con la naturaleza, donde el ser y el estar
sean más importantes que el tener y consumir.
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