Por: Noor Jiménez Abraham
Doctora en Ciencias de la Comunicación
Social
@noor_j_abraham
Las represiones frente a la catedral en el cierre del 30 Encuentro
Nacional de Mujeres que se llevó a cabo en Mar del Plata del 10 al 12 de
octubre y la cantidad de policías apostados “en pie de guerra” esperando el
paso de las mujeres marchantes, dejaron evidente que a las instituciones les
aterrorizan las mujeres que se disponen a ser las dueñas de sus propias vidas.
Más de 60000, entre ellas, amas de casa, pobres, con
discapacidades, profesionales, estudiantes, trabajadoras, adolescentes, adultas
mayores, ateas, agnósticas, creyentes, intelectuales, académicas, heterosexuales,
lesbianas, trans, solteras, en pareja, divorciadas, de pueblos originarios, afrodescendientes,
árabes y judías, desde las provincias, porteñas, argentinas, sudamericanas y
hasta kurdas; distribuidas en los 65 talleres donde sostuvieron con palabras los
derechos que aún les faltan, y juntas en
la marcha en la que le pusieron el cuerpo a una lucha que dan por todas.
Y mientras ellas exigían vida los femicidas seguían matando aún en
la misma sede del Encuentro, sincrónicamente a su desarrollo y en una semana
que señalaba que el indicador de una asesinada cada 33 horas, bajaba a 26. Pero
los talleres desbordaron de participantes, porque ellas no sólo exigen que no
se las mate, sino existir plenamente, ser libres, elegir, disfrutar.
Al tiempo que se amurallaba la iglesia con policías y fieles
radicalizados, las personas “dignas” se indignaban porque las mujeres mostraban
sus tetas en una señal que pretende no pasar indiferente para que de una vez
por todas se les permita decidir sobre sus propios cuerpos; esas mismas
personas, las horrorizadas, son las que no repudian cada vez que alguna mujer
llega exangüe a un hospital porque no se le permitió abortar legalmente.
Se enoja alguna gente porque las “encuentreras” escriben consignas
frente a aquellos lugares que entronizan la belleza impuesta, autoflagelante,
sufriente, que sólo hace feliz a las grandes corporaciones beneficiarias de la
sociedad de consumo, a las que no les importa que el lucro sea también sobre la
salud mental, pero que no alzan la voz frente a las palabras lascivas que
provocan que las mujeres transiten inquietas por las calles porque cada esquina
puede ser la emboscada de un abuso o de una violación.
Se niegan a que ellas se expresen contra la iglesia pero a las
personas horrorizadas por escuchar el relato disruptivo no les intimida que
muchas dejen sus estudios porque quedaron embarazadas siendo niñas o que
permanezcan atadas a las actividades de la casa o al cuidado familiar y
haciendo tareas que tantos varones éticos se niegan a compartir de verdad.
Le toca el turno a Rosario, en 2016. Tal como se canta a viva voz cada año “Qué
momento, qué momento, a pesar de todo, les hicimos el Encuentro”, haciendo
hincapié en la resistencia de las instituciones más poderosas de cada ciudad
frente al temor de que tantas mujeres debatan en escuelas, hablen en las plazas
y canten en las calles.
El movimiento que se mira como único en el mundo, que dio origen a
la gesta de #NiUnaMenos y a otras muchas que interpelan por los derechos de las
humanas, que se mantiene, como pocas consignas en Argentina, más allá de
partidos políticos, de situaciones sociales y de momentos económicos, ése que debieran
admirar, especialmente todas aquellas personas antes renegadas y que desde el 3
de junio dicen estar a favor de las demandas de las mujeres, ese gran y
creciente movimiento es una y otra vez invisibilizado por los “grandes medios
de comunicación” o caracterizado sólo a través de una de sus circunstancias,
desde una elegida perspectiva, la negativa, haciendo lo que en comunicación se
denomina utilizar “estrategias de
manipulación”.
Ellas gritan, bailan, discuten, proclaman, son tan distantes de
esas perfectas soñadas -las calladitas, complacientes, que se quedan quietas y
son sumisas, aunque no importe que por dentro lloren porque le temen al
descrédito familiar, la negativa de los hospitales y la revictimización de la
justicia. Y allí vienen las del Encuentro, con la voluntad de buscar a todas, a
sus hermanas, a las que aún no despertaron, en la viva voz de sentencias que
advierten “Somos malas, podemos ser
peores”.
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