Por
Daniel Chaves
“Hay
que empezar a hacer todo de nuevo”, Raúl Scalabrini Ortiz
La
tríada dialéctica puede facilitar en sumo grado cualquier construcción con
rigor científico. O bien contribuye a depurar y corregir errores de nuestras
premisas iniciales, alcanzando una solución reformada, de nuevo tipo diría, con
respecto a la propuesta inicial.
Una
construcción política y cultural pensada y “macerada” bajo el esquema
dialéctico, puede tener un horizonte prometedor. Sólo que por lo general, la
vorágine del día a día, el pragmatismo coyuntural a ultranza en el cual se
suele caer un tanto por necesidad y otro poco por comodidad, y las mezquindades
que nunca escasean, nos arrastran inexorablemente detrás de un emblema, un
liderazgo no siempre consensuado desde abajo hacia arriba, una promesa de algo
que acaso jamás sucederá. Y reiteradamente,
tras un período de avances sociales y nacionales en general, deviene una etapa
dolorosa para el pueblo trabajador, que es quien esencialmente paga los platos
rotos por culpabilidades ajenas. Hasta nuestros días contamos con variadas
experiencias históricas en las que se devastó toda conquista social alcanzada,
y de la cual luego queda una cuesta cada vez más empinada para remontar.
Es
cierto, se habló mucho y muy saludablemente tras la derrota del campo nacional
en el ballotage del pasado 22/11. No asombran los pases de factura siempre “de
parroquia” y obnubilados respecto a lo esencial que está en juego, que no son
precisamente un puñado de cargos más o menos expectantes, sino la salud de los
pueblos de América Latina, con una avanzada poco contenible de las derechas pro
imperialistas en la región. Lo que aún no lograron en Brasil o Venezuela –por
citar sólo a dos casos emblemáticos – lo concretaron en nuestro país sin la
necesidad de disparar un solo tiro, como en otras aciagas ocasiones y cuyas metodologías
no fueron implementadas al menos en el presente.
A
los archiconocidos grupos concentrados del poder económico, el grueso del Poder
Judicial, los medios hegemónicos “formadores de opinión”, los partidos que
ejercieron una oposición al kirchnerismo furibunda y las más de las veces
desprovistos de las más esenciales normas éticas con tal de alcanzar sus
objetivos; y el financiamiento inagotable que incluye desde la colaboración del
empresariado del agro hasta oscuras ONG´s vinculadas a servicios de
inteligencia y departamentos de Estado extranjeros, también debemos añadirle el
elemento que aportamos desde el campo nacional para activar una bomba que
recién detonará con toda su potencia en el primer semestre del 2016; nuestro
elemento fue una combinación de gruesos errores que se vienen reiterando desde
2011 en un lento pero constante desmembramiento de la vieja unidad frentista
que nos había vuelto imbatibles: Una interna que no cesa de eyectar heridos y
avivar rencores entre agrupaciones, dirigentes de diverso grado de importancia
y que no termina de asumir con responsabilidad el hecho de que tal vez, y sólo
tal vez, no debamos creernos siempre los infalibles dueños de la verdad,
arrojando al compatriota al cesto de la chicana como elemento tendiente a
desautorizar la voz ajena, por no pensar igual o por haber modificado su
evaluación del gobierno popular desde el histórico 54% del 2011 a esta parte.
Seguramente no le faltan motivos muy valederos a su fundamentación.
El
periodista Enrique Lacolla sostiene en su reciente artículo titulado “La Restauración Conservadora”: “Hay
quienes dicen que no es el momento de los reproches. Me parece que tal actitud
es un error. La derrota, si no por sus cifras, sí por la magnitud de las
consecuencias, es tan grave que la política del avestruz no sirve para nada”.
Asumir
las equivocaciones que puedan detectarse, es parte de esa “antítesis” tan
imprescindible si verdaderamente pretendemos reconstruir un Frente Nacional con
la suficiente amplitud como para recuperar la iniciativa en breve y frenar lo
máximo posible al tsunami liberal que tenemos casi sobre nuestras cabezas.
La
síntesis será una construcción de nuevo tipo, con actualizaciones de variada
índole y que, como dice Fierro, el fuego debe calentar desde abajo, sin
priorizar de antemano liderazgos hoy diezmados por las últimas derrotas, de las
cuales y como en todo movimiento de fuerte verticalismo y personalismo, son los
inocultables y principales responsables. Nuestros líderes no sólo son los
abanderados de los éxitos; digámoslo claramente y evitando idealizar por una
vez: también son los mariscales de las derrotas.
(incorporo
a este párrafo la magra performance de 2013 que tampoco permitió enseñarnos a
visualizar una luz de alerta que se erguía delante nuestro… la mística siguió
su recorrido elogiosamente voluntarista, pero sin permitirnos trabajar
dialécticamente el riesgoso escenario que se iba consolidando).
Queda
en el pueblo trabajador y en esa maravillosa muchedumbre autoconvocada, casi
anárquica que llevó al borde de la victoria al candidato del campo nacional que
luchó más en soledad a escala dirigencial desde que tengo uso de razón,
impulsar una nueva etapa, con mucho mayor margen para el debate, para la
formación integral de cuadros políticos, culturales y comunicacionales.
Enriquecer a las estructuras preexistentes o bien animarse a buscar contención
en nuevas organizaciones que deberán aparecer.
Si
logramos algo de dicha síntesis, y trabajamos sin miserias de campanario para
que el movimiento policlasista se reconstruya pacientemente desde sus cimientos
hasta fortalecerse como Frente Nacional, entonces la esperanza estará
rápidamente en marcha, una vez más.