Por Noor Jiménez Abraham
Doctora
en Ciencias de la Comunicación Social
Se oponen a que se les llame la atención
cuando deciden incumplir normativas, tampoco aceptan que se los repruebe aunque
no hayan querido estudiar. Suelen no hacerse cargo de sus decisiones cuando los
resultados no fueron los que esperaban, situaciones en la que es muy factible
que “culpen” a otras personas por sus falencias. Los adolescentes actuales
representan el dilema de una sociedad que desconoce el modo de tratarlos. Se ha
pasado de la represión a la juventud a una permisividad que confunde a todos y que
desborda de incertidumbre y desorientación.
En este contexto, la agresión es una de las
variables. En el caso de los varones, no
sólo la ejercerán sino que también serán blanco de ella; las chicas, por su parte,
aparecerán como violentadas y violentas, porque violento es, para ambos, su entorno. Ellos que responden con violencia como su
forma propia de expresión, no saben cómo defenderse cuando les afecta.
La escuela que los incluye será uno de los motivos
de su exclusión futura, porque no se los prepara para el fracaso ni el trabajo
arduo o la responsabilidad y esto no es a causa de los contenidos curriculares o
de la preparación pedagógica de sus docentes, sino que así decanta del sistema
general que los rodea, donde se les evitan las frustraciones necesarias para su
evolución madurativa.
Mientras la ausencia y la repitencia siguen
siendo dos problemas difíciles de superar en la escuela pública, los padres, en
ocasiones, quitan sus broncas agrediendo a profesores y todos pierden el foco
de la cuestión. No habrá trabajo que les
permita llegar tarde ni universidad que les brinde reiteradas oportunidades hasta
aprobar los contenidos, ninguna institución aceptará sus quejas poco fundadas. En
la actualidad, los chicos amenazan, las políticas públicas los malcrían, los adultos
confunden los roles.
Las chicas pueden arrancar cabellos y
tomarse a los golpes. Una instantánea, un momento cualquiera y se superponen
las historias: embarazadas, en tratamiento por adicciones, abortos; los varones
llegan a lastimarse con botellazos en los boliches o son suspendidos por mal
comportamiento en los colegios y algunos protagonizan accidentes de tránsito en
los que aparecerán como actores o víctimas, o ambas cosas.
Acosados por los negocios del alcohol y la
droga, a los que son impulsados como nunca antes en la historia, en una
sociedad de consumo que los consume, la cuestión es tener las mejores
zapatillas o las mejores tetas, porque todo se puede comprar, excepto la
templanza, que deviene del ejercicio conjunto de tiempo y paciencia.
En nuestros días, la autoridad no deriva del
respeto a la experiencia de las personas adultas, sino a quienes tienen más
capacidad de compra o de dominio tecnológico, por lo que el mundo no
adolescente que rodea a estos chicos se encuentra en situación de crisis al
momento de tener que interactuar en situaciones que solían manejarse desde
esquemas jerárquicos, como la vida en la escuela, el hogar y otras
instituciones.
A veces las chicas se practican un aborto de
la misma forma que un piercing, así de solas, con tanto desconocimiento, con
mucha niñez perdida. La trata de personas, la esclavitud laboral, el bullying,
el sexting, las viejas prácticas y las nuevas, los y las acosan.
Hace tres años, ya un artículo del diario La Nación del 29 de marzo
de 2011 señalaba el resultado de estudios realizados por
un grupo de científicos internacionales en el que se informaba que en la actualidad mueren más adolescentes que niños
en el mundo - fenómeno que ocurre por primera vez en 50 años- y las
razones especificadas fueron la violencia, el suicidio y los accidentes de
tránsito. Es decir, que la humanidad ha avanzado para superar las infecciones
pero retrocedió en cuanto a su madurez emocional.
Algunos adolescentes reciben la contención
familiar necesaria para equiparar en ciertos aspectos estos desajustes al
encontrar una proyección en la trayectoria de sus padres, madres o algún referente mayor, pero otros, por distintos motivos, no tienen
esa oportunidad, por lo que les es difícil encontrarla afuera, dado que el
mundo se muestra hostil.
¿De dónde surgen semejantes cambios de
paradigma?, ¿cómo entender a quienes pueden pasar de victimarios a víctimas en solo
un chasquido de manos?, ¿cuáles son, entonces, las responsabilidades de la
sociedad en su conjunto, de las instituciones en general, de la economía de
mercado? La deuda pendiente pareciera ser el desalentar la violencia en los
jóvenes, la que ejercen entre sí, la que los atrapa y destruye.
Si a estas situaciones se le agregan las
vulnerabilidades que sufren las personas y que en la adolescencia suelen
acrecentarse, por género, etnia, situación social, discapacidades, aparece una
sociedad que se atisba como integradora pero en la que se escabullen derechos
esenciales.
Los adolescentes actuales tienen acceso a
netbooks, celulares, autos, motos, aún los que presentan situaciones sociales
de vulnerabilidad, ya que el avance tecnológico se ha acercado a las personas.
Todo lo pueden manejar rápido y con precisión excepto sus vidas, porque les
resulta complejo determinar hacia dónde quieren ir. Lo que acontece no sólo por
cuestiones económicas sino porque la sociedad ha modificado sus estándares.
Pasaron de ser las personas perseguidas a
ser aquellas a las que todo se les tiene que aceptar, por lo que su capacidad
de frustración es inversamente proporcional a las situaciones complejas que
deban enfrentar, dado que cada día son más las concesiones frente a una mirada romántica que se proyecta sobre ellos y
que reiteradamente esconde los problemas reales.
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