Por
Sebastián Jiménez
Tantos años de neoliberalismo salvaje no
podían terminar de otra manera, la temperatura de aquella noche de diciembre de
2001, aunque elevada, no tenia punto de comparación con el fuego que latía en
nuestro pecho.
Tras el cambio de mando de 1999, quedó claro que el modelo económico de explotación de nuestro pueblo no variaría en absoluto, por el contrario, el interregno delarruista intensificó la presión sobre las clases subalternas. Las clases medias, las clases populares, la clase obrera, siguieron víctimas del neoliberalismo salvaje que todo lo vende y todo lo compra, a precio de una sangre que nunca es la de sus minorías enriquecidas.
Tras el cambio de mando de 1999, quedó claro que el modelo económico de explotación de nuestro pueblo no variaría en absoluto, por el contrario, el interregno delarruista intensificó la presión sobre las clases subalternas. Las clases medias, las clases populares, la clase obrera, siguieron víctimas del neoliberalismo salvaje que todo lo vende y todo lo compra, a precio de una sangre que nunca es la de sus minorías enriquecidas.
La imagen de las
palmeras de Plaza de Mayo prendidas fuego son casi la postal perfecta de
aquellas jornadas, parecía que el país se incendiaba luego de que el inefable
De la Rúa, le pusiera el broche de oro a tantos años de dictadura neoliberal,
con aquel patético y recordado discurso donde decretó el estado de sitio
ante la ola de saqueos que conmovió al país. En realidad, el fuego bajo el cual
ardían aquellas palmeras y el país entero, era resultado de la combustión de
los sentimientos de toda la clase obrera, sentimiento socavado durante
tantos años de desigualdad, impotencia, hambre. Estábamos todos sin laburo, sin nada más que
nada, el ataque a los intereses de la inestable clase media fue la gota que
rebasó el vaso y provocó la combustión.
El primer impulso después del decreto del
estado de sitio fue salir a la calle. Por vivir en aquel entonces cerca del
Batallón de Arsenales de la Ciudad de Boulogne, asistí, no con poca sorpresa,
por primera vez al espectáculo de ver los tanques circulando por la calle. Los
latidos en el pecho se aceleraban, la bronca primaba por sobre los otros
sentimientos, ¿A dónde ir?, ¿que golpear?,
esto debe terminar, ¿pero adonde y cómo?... El tren a Retiro fue la respuesta
más acabada a todas estas preguntas.
La Plaza de Mayo debía ser el lugar,
nosotros mismos debíamos ser la manera.
Guiado por el instinto, la ansiedad por
llegar a la mítica Plaza de Mayo se hacía insoportable. Bajar del tren vacío,
por la hora y la circunstancia, y encarar la caminata por Alem hasta la Plaza
fue un suplicio más que alimentó la ansiedad. Pero llegar y ver aquel
espectáculo fue la mejor recompensa. La clase media, copaba la plaza. En las
horas subsiguientes se unieron poco a poco las masas obreras, la represión
desatada por las fuerzas del orden, aumentaron la bronca y la indignación. Las
balas de plomo y los gases, sumados a los latigazos de la montada, se quisieron
adueñar de nuestra plaza, pero qué latigazos ni latigazos, las marcas en la
espalda no nos dolían, porque el fuego que nos levantaba, nos empujaba hacia
adelante y mas allá de eso solo nos quedaba la dignidad, al menos muchos de los
que allí estábamos, no teníamos nada que perder. Como corresponde al proletariado,
la lucha es hasta las últimas consecuencias. Muertos, heridos, ambulancias, caos.....luego
calma.....pero sabíamos que solo era una tregua.
La noche transmutó en madrugada de tensa
vigilia, cielo bravo y luna breve en espera de algún desenlace del cuál
ignorábamos su naturaleza, pero que sabíamos inexorable. De alguna manera,
todos los allí presentes teníamos plena conciencia de que aquel modelo asesino
tenía que ser enterrado en aquella jornadas. El pueblo, la clase media y la
clase trabajadora, reunidos en espontánea alianza plebeya, estaban allí para terminar
con él.
La mañana finalmente nos trajo el principio
del fin.
La orden de desalojo de la plaza por la
policía montada, otra brutal ola de represión en distintos puntos del país y la
respuesta palo por palo de la masa del pueblo enardecida, tiñeron de sangre
aquel 20 de diciembre. Nadie daba ni un paso atrás, era hasta las últimas
consecuencias. Más muertos, más heridos, más represión, pero mayor resistencia.
Hasta que “Fernando I” cayó. Y con él, cayeron 10 años de ignominioso
vaciamiento estatal, de desindustrialización, de privatizaciones escandalosas,
de desempleo, de florecimiento de los barrios marginales en los que aún hoy
vive y sobrevive una porción importante de la clase obrera, sin servicios
básicos, sin salud, sin educación, sin nada. 10 años de frivolidad, de
hedonismo y de libertinaje sin fin.
Tras dos años con Eduardo Duhalde en el
poder, a partir del año 2003, el nacionalismo popular tomo las riendas del
poder y tras asumir "sin Estado", sin nada que distribuir y con una
masa proletaria con el lomo demasiado cansado de tanto penar, de a poco comenzó
a tomar medidas progresivas, hacia adelante, reestatizar, generar empleos,
alentar el mercado interno, democratizar el espectro radioeléctrico, la
asignación por hijo reciente. Y no alcanza. Una clase social no desaparece si
no se le quita su base de sustentación económica, y el Imperialismo aún goza de
aliados locales con sus medios de producción intactos. La Pampa Húmeda, el
litoral y los campos sojeros siguen en manos de la Oligarquía rentística, las
palancas económicas y financieras, el comercio exterior e interior siguen en
poder de la Burguesía Comercial y de los vampiros de siempre. Hay que superar
cualitativamente al nacionalismo de Estado y avanzar en Sanmartiniana alianza
con los demás pueblos de Latinoamérica con rumbo Socialista. Aún faltan
demasiadas cosas, se han alcanzado logros muy positivos y por eso el enemigo
oligárquico imperialista nos ataca, pero la clase obrera se debe a sí misma ser
el principal protagonista de las políticas de Estado, que vendrán a delinear un
futuro de liberación, de paz definitiva, de una paz que nos debe encontrar como
trabajadores unidos en Frente Nacional, pero conduciéndolo, lo entienda así la
burguesía o no. Está en nosotros construir un futuro en el cual nuestros hijos
no sufran el despotismo de la oligarquía en el poder, y que la antipatria sepa,
que como en aquellas históricas jornadas de diciembre, está en el pueblo
argentino el impedir que sigan avasallando sus derechos, y que no lo permitirá.
NUNCA MÁS.
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