Por
NOOR JIMENEZ ABRAHAM
Doctora
en Ciencias de la Comunicación Social
Esta pregunta, que parece retórica, es la
que en el último tiempo circula en los ámbitos donde se trabaja la temática de
género. Cabe la reflexión, ¿alguna vez se pudo pensar que en estas cuestiones
los varones tenían que ser mantenidos al margen? Parece que así sucedió y que
algunas personas, de la identidad que fuere, supusieron que solo se trataba de
la declamación de justicia de un grupo –al que hasta se lo ha tildado de
minoría.
Pero resulta que si de lo que se habla es de
los cambios fundamentales para que un planeta no siga autodestruyéndose, se
debe empezar por lo esencial: los seres humanos que lo habitan y no será lo
mejor cuando la mitad de esas personas vive en una situación de minusvalía con
respecto al otro cincuenta por ciento. ¿En
qué se basan esas diferencias? En todo o en nada. A lo largo de la historia,
explicaciones, hubo muchas, con fundamento, algunas pocas.
Cuando el 25 de noviembre una vez más como
desde hace 15 años, se celebró el Día
Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, la Organización de las Naciones Unidas volvió
a declararla una pandemia. Resulta, pues, una ignominia que en una sociedad que
se jacta de sus avances, la mayor
“infección”, la que no se alcanza a combatir, la que no se detiene y, por el
contrario, crece geométricamente, no sea a causa de virus y bacterias sino por
el desequilibrio en los derechos.
Mientras se alardea por logros en
informática, medicina, mecánica, biología y tantas otras áreas donde la
inteligencia humana ha desarrollado métodos para el confort y la mejor vida, en
Argentina se produce un femicidio cada 30 horas, es decir, que aproximadamente
muere una persona por día con el único fundamento de su condición de género.
¿Cuáles serían los logros de esta civilización si el hogar se puede convertir
en el lugar más inseguro y la persona más peligrosa resulta ser el padre de los
propios hijos?
¿Por qué incluir a los hombres? Porque sin
ellos la transformación es imposible, porque hay que desandar ese camino que
los ha ubicado en el centro, en el lugar de la persona ideal, porque es
necesario mostrarles que se verán beneficiados al compartir la carga que implica la obligación social
de saberlo todo, de nunca tener miedo, de siempre querer y poder. Es problable
que hasta ahora muchos de ellos no se hayan cuestionado el status quo,
quizás porque no fueron conscientes de su situación de privilegio.
Pero frente a los nuevos paradigmas que
comienzan a contemplar los derechos de todos los grupos que históricamente
fueron excluidos del epicentro del poder, el de las mujeres es el más
abarcativo, porque todas ellas están atravesadas por otras vulnerabilidades que
se agravan por el solo hecho de su género. Así la pobreza, la disminución
física, la vejez, la etnia, la religión, la lejanía del ideal de belleza, la
falta de acceso a la educación, un contexto bélico y muchas otras condiciones
que en nuestro tiempo resultan adversas, todo, absolutamente, se torna más grave,
peligroso y difícil cuando se nació o se eligió ser mujer.
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