Por Rubén Lombardi
Y un día el diputado nacional se salió
del libreto. El llamado Estado Moderno, cuyas bases se habían asentado sobre
los escombros del viejo país criollo definitivamente arrasado con la batalla de
Pavón, presuponía el monocorde relato de un territorio abierto a hombres y
capitales europeos contribuyentes al sueño “Civilizado” de los victoriosos. En
ese contexto, el roquismo, que en 1880 parecía haber representado la revancha
provinciana, se iba integrando irremediablemente a la oligarquía
agroexportadora bonaerense , en la que las ventajas a las empresas extranjeras
formaban parte de las cosas indiscutidas.
Hasta que un entrerriano se sublevó.
Se llamaba Osvaldo MAGNASCO y en una sesión de la Cámara de Diputados de 1891
pronunció las siguientes frases: “¿Han cumplido las compañías privadas los
nobles propósitos que presidieron esas concesiones de ferrocarril, tan
prodigiosas en los últimos años?...¿Han servido como elementos de progreso…o por
el contrario, han sido obstáculos, obstáculos serios, para el desarrollo de
nuestra producción, para la vida de nuestras industrias y para el
desenvolvimiento de nuestro comercio? Mejor sería señor que no contestase tales
preguntas porque aquí están los representantes de todas las provincias
argentinas, que experimentalmente han verificado con los propios ojos el cúmulo
de pérdidas, reclamos, dificultades y abusos producidos por esto que, en
nuestra candorosa experiencia creímos factores seguros de bienestar general…Ahí
están las provincias de Cuyo, victimas de tarifas restrictivas, fletes
imposibles, imposiciones insolentes…porque el monto de esos fletes es mucho
mayor que el valor de sus vinos, sus pastos y sus carnes. Ahí están Jujuy y
Mendoza, empeñada la primera en la explotación de…sus petróleos naturales. Pero
no bien llega a oídos de la empresa la exportación de una pequeña
partida…irremediablemente se levanta la tarifa, se alza como un espectro, y se
alza tanto que el desfallecimiento invade el corazón del industrial más
emprendedor…Ahí están Tucumán, Salta y Santiago, lidiando con sus azúcares,
alcoholes y tabacos, con una vitalidad que, a no haber sido
extraordinaria,…habrían sucumbido bajo la mano de hierro de éstos israelitas de
nuevo cuño…”.
Veamos los antecedentes del audaz
parlamentario. Habiendo nacido en Gualeguaychú, adoptó desde temprano la
herencia humanista del renacimiento italiano. Fantásticamente inteligente, voz
arrolladora y elegante, temible polemista, que hablaba correctamente el latín y
el griego, hubiese sido en otro país un conspicuo miembro de la Clase
Dirigente.
Luego de estudiar Derecho abrazó la política,
adhiriéndose al Autonomismo, como muchos provincianos pobres. Terminada la
Presidencia de Roca se volcó al Juarismo, sin integrar el perfil de los
“Incondicionales” (aunque había asistido al Banquete). Tenía un gran sentido de
la autocrítica, y fue así que investigó las exacciones de las compañías
ferroviarias inglesas.
No obstante MAGNASCO es un ilustre
desconocido para las sucesivas generaciones argentinas.
Tal vez influya la critica lapidaria
que, como profundo conocedor del italiano, le dedicó a la traducción de la
Divina Comedia hecha por Mitre, o a la versión de las Odas de Horacio, hechas
por el mismo don Bartolo.
Honesto hasta la pasión, jamás
amontonó fortuna material (ni la buscó), esa que en sus tiempos se derramaba
generosamente entre sus conmilitones.
En 1898 empieza la segunda Presidencia
del General Roca, y en una de las tardes en que el entrerriano trabajaba la
tierra en su finca de Temperley, (como Cincinato en la vieja Roma) llega
alguien a ofrecerle el Ministerio de Instrucción Pública en nombre del
Presidente. No le daban tiempo para pensar, para lo cual balbuceó la respuesta
afirmativa, no sin agregar que carecía del acostumbrado frac para el juramento...
¡Ah, tiempos!...
Un día se le ocurre presentar un
proyecto de Reforma integral de la Educación. Viendo que regía un sistema
puramente formal productor de bachilleres y maestras para un país agropecuario
e imitativo, planea una enseñanza adecuada a cada región argentina, no
trasplantada de Europa. Se trataba de reducir el enciclopedismo vigente a sus
justos términos, desarrollando escuelas técnicas aptas para una economía
diversificada, que haría una Nación más Independiente. Magnasco plasmaba con
ello su sueño de tener colegios con variedad de oficios industriales y manuales
junto a algunas disciplinas agropecuarias.
El bachillerato mitrista y el
normalismo sarmientista, como era lógico, se le vinieron encima. La “Tribuna de
Doctrina” célebre, especialista en calumnias certeras y de buena herencia, lo
acusó de usar fondos del Ministerio para comprar muebles de uso personal. Y
allí nuestro hombre reaccionó. Eran días en que Mitre cumplía 80 años y se le preparaba
un fastuoso Jubileo: Magnasco fue al Congreso, pidió la palabra y enunció:”
Quizás haya llegado a oídos del señor
General mi desafecto a la ceremonia de su deificación. Quizás señor, yo profeso
principios republicanos, por lo menos trato de ajustar a ellos mi conducta.
Puede que haya llegado también la frase acaso festiva – que me debería
disculpar y que puedo repetir porque no hablo en nombre del Poder Ejecutivo-:
Después de la ceremonia tendremos que llamarlo como a los emperadores romanos:
Divus Aurelios, Divi fratres Antonii, Divus Bartolus.”
Podríamos aseverar que se cavó la
fosa. Al enterarse Mitre exclamó: “Magnasco está muerto”. Encima Roca vivía un
momento de paz idílica con don Bartolo, y en trance de elegir, acabó por pedir
la renuncia a su noble funcionario.
Desencantado con los dirigentes de su
propio sector, sintiéndose utilitariamente abandonado, se retiró a su vida
privada, renunció a una cátedra que tenía y no volvió a aceptar funciones
oficiales. Se recluyó en el silencio de su estudio, leyendo sus clásicos y
volviendo a la lectura humanista de su juventud.
En 1920 y con sólo 56 años, el 4 de
mayo fallece éste enorme argentino de la Causa Nacional. Y el diario La Nación
titula fríamente: “Ha muerto en Buenos Aires el Doctor Osvaldo Magnasco”. De
entonces hasta ahora, el silencio. Como cumpliendo aquel mandato mitrista de
1901: “Magnasco está muerto”.
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