Por Juan Carlos Dennin
Llegando al final de este difícil año, instante
que la tradición señala como época de balances, parece ser el momento en que sentirse como “viudas de una elección”
se debe dar por concluido. Es la oportunidad de comenzar a delinear las
estrategias que conformen el accionar en un gran frente de unidad nacional y
popular. Para consolidarlo deberá ser
amplio y heterogéneo, pues es la diversidad la que servirá para sumar
propuestas que motoricen la unidad en la acción. El purismo, pretendido por algunos, o el
poner como norte la derrota del gobierno, no va a servir para alcanzar nuestras
metas. Se trata de avanzar en un
programa de recuperación de políticas.
Hay que abrir un canal de comunicación claro y conciso hacia la
sociedad. Varios analistas
coincidieron en que una de las causas de
la derrota en las elecciones presidenciales de 2015 fue haber subestimado a la
derecha y, en particular, a sus tácticas de marketing y su desarrollo en las
redes. Ese análisis puede ser acertado, aunque no en su totalidad. El
kirchnerismo había estado hablando hacia “adentro de sí mismo”, desde hacía
largo tiempo. De este modo no se
diferenciaba de sus opositores hacia los futuros votantes, lo que se sumaba a
la mordaza del mentidero multimediático. Al revertir el discurso en las postrimerías de
la campaña se llegó a un resultado muy ajustado. Pero eso es historia vieja,
aunque siempre se tiene que tener memoria.
Hay que tener en cuenta, además, que esto se vio cuando ya todo estaba
electoralmente decidido. Y que no solo
en nuestro país sucede que amplios sectores de la sociedad son más proclives a
confiar en la proyección hacia el futuro, sin importar la ambigüedad de lo que se les promete, y sin tener en
cuenta lo ya construido. Fue válido para muchos ciudadanos animarse al cambio prometido mientras le aseguraban
que “no perderían nada de lo
conseguido”.
La Alianza
Cambiemos implicó un realineamiento sin precedentes. El gobierno es hegemonizado,
como nunca antes, por la banca internacional y las grandes empresas extranjeras
no industriales. Los amos del poder son
los dueños de los campos, los grandes comercios, las empresas que dependen del
exterior y son ellos, quienes a través de sus gerentes están dirigiendo los
medios de comunicación. La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisuales pasó
a la historia.
A través de los medios imponen modas y entretenimientos televisivos, difunden
mucha nimiedad, por lo que estos nunca van a aprovechar su gran llegada masiva
para poner en claro cuáles son los verdaderos intereses en juego. Así moldean a la opinión pública en beneficio
propio. Encontrar resquicios para modificar esta realidad es dar gran parte de la batalla.
A pesar de toda la parafernalia virtual, somos conscientes de estar
frente a una administración que se
caracteriza por su mediocridad, la irrelevancia de la mayoría de sus ministros
y, también, por los muy malos resultados que arrojan los números concretos,
tanto de la deuda, de la macroeconomía y del déficit de cuenta corriente, como
de los indicadores sociales de pobreza, empleo e informalidad. Pese a ello,
no hay que confiar en que el padecimiento de los sectores populares hará carne
para tenerlo explícito a la hora de votar, ya que el oficialismo buscará expiar
culpas con una nueva “pesada herencia”.
Se deberán señalar responsabilidades y remarcar cuáles serán las
políticas que irán modificando la situación para recuperar lo perdido y poder
avanzar para estar mejor.
Desigualdades increíbles y multitudes que vivan naturalmente en la
miseria y la incultura, son inyectadas subliminalmente al modelo de opinión
pública que crean. Convencen hasta a los pobres que no se puede cambiar el
statu quo y deben seguir como están. La
solución que han ideado, pues la mayor parte del “trabajo sucio” ya está
realizado, es ir hacia un bipartidismo
que sirva a los intereses del capital dominante y desplacen en forma definitiva
a las ideas del kirchnerismo. Eso se lograría con un avance del Frente
Renovador intercalándolo luego con un Cambiemos “renovado”. Cuando el desastre económico implosione la
sociedad, cualquier apariencia de solución parecerá una tabla de
salvación. Eso sí, digitada desde el poder real, seguirá estando
al servicio de unos pocos. No basta con
que la militancia y los simpatizantes lo sepan, el camino es encontrar la
manera preclara de saber comunicarlo.
Las muletillas económicas que se usan desde los sectores afines al
gobierno deben ser desacreditadas por la falsedad que encubren. La más sencilla
de desenmascarar es la del “déficit fiscal” esgrimido por los neoliberales como
un pecado capital. Sin embargo, en
tiempos del denominado populismo ese déficit se explicaba principalmente por el
incremento del gasto e inversión pública, con lo cual se lo empleaba para
motorizar la economía. En cambio en la
era macrista se lo explica debido, primordialmente, a la reducción de impuestos a sectores de
elevados ingresos, lo que no modifica ni la inversión ni el consumo. La
definición, es entonces, política: una política económica expansiva y otra
contractiva. Quien lo define es quien se
encuentra gobernando y forma parte del proyecto de país al que apunta.
La intencionalidad de las líneas
precedentes no pretende transformarse en una hoja de ruta. Simplemente son ideas que andan boyando, y
que tal vez valga la pena que sean debatidas. Las elecciones de medio término,
como son las próximas, generalmente expresan mensajes que se han articulado en
las campañas. Y que sirven para construir a futuro desde el día siguiente. Por
eso sería interesante que el mensaje de unidad de acción que se envíe no
estalle contra de las paredes de la Casa Rosada, sino que sea asimilado en los
oídos del Pueblo, ¡por un buen 2017 y un mejor 2019!
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