Por François Soulard
Migrante franco-argentino,
Migrante franco-argentino,
miembro del Foro por
una nueva gobernanza mundial
Crecen en todo el
planeta los muros impuestos a las personas migrantes. No se trata de un
fenómeno nuevo. Pero ha tomado en la última década una amplitud preocupante en
todos los continentes, lo cual nos obliga a abordarlo desde una perspectiva
global.
Desde el 2007, punto
de propagación de la crisis financiera iniciada en los Estados Unidos, una
potente onda sísmica sigue sacudiendo los sistemas políticos de todas
vertientes. Los grandes partidos tradicionales entraron en crisis abierta o
latente, dejando lugar a la asunción de nuevas fuerzas, tanto progresistas como
reaccionarias capaces de perturbar a los establishments y captar el descontento
popular. Primero, se vió en los países árabes a través de una Primavera
de indignación que luego fue derrotada en las urnas por un electorado todavía
conservador y los partidos instalados territorialmente. También se manifestó en
el continente asiático, en China, Japón, Rusia, India, Turquía con el empuje
hacia un nacionalismo más autoritario. Más adelante en mayo 2016 en Filipinas,
vimos un Rodrigo Duterte ganar la presidencia incluyendo en su campaña la
propuesta de eliminar 100 000 personas categorizadas como criminales.
En Europa, muchos
países experimentan avances de partidos xenófobos y crisis de pertenencia al
bloque regional. Más de 1 200 kilómetros lineares de muros y un
dispositivo de exteriorización de fronteras han sido establecido en Europa en
cínico contraste con la población de refugiados recibidos: solamente 14% de
estos últimos llegan en los países industriales, mientras la gran mayoría
transita en los países en desarrollo. Del otro lado del Atlántico, se impuso
Donald Trump cuyo proyecto anti-migratorio no le ha impedido llegar a la Casa
Blanca de un país donde los migrantes producen una riqueza equivalente al 30%
del PBI nacional. Recordemos que desde el fin de la Guerra Fría, 24 millones
salieron de la clase media en Estados Unidos (18 millones en Europa).
Ante estas
tendencias, semejantes en ciertos aspectos a las de la recesión de los años
1930, crecen también nuevos proyectos internacionalistas y democráticos: los
proyectos populares latinoamericanos, Sanders, Corbyn, Podemos, Syriza,
Mélenchon. Sus avances a contracorriente los obligan a consolidar alianzas
entre ellos y constituir fuerzas políticas para frenar los proyectos
reaccionarios y evitar los intentos de domesticación (tal como ocurrió lisa y
llanamente con Syriza en Grecia).
Todo esto nos remite
a un punto central para entender el trato que los poderes tradicionales
construyen ahora sobre la diversidad y la movilidad humana: el orden global,
hegemonizado al salir de la segunda Guerra Mundial y rápidamente transformado
por la globalización unipolar de las últimas tres décadas, se encuentra ahora
en pleno tambaleo. Si bien ciertos poderes se han hiperconcentrado en pocas
manos, ningún actor hoy es capaz de contener o asumir institucionalmente las
nuevas realidades mundiales. La mayoría de las instituciones están paralizadas
frente a las interdependencias transnacionales en materia de seguridad, de
cambios climáticos, de flujos migratorios, de desigualdades sociales. En esta
transición incierta, la estabilidad que se pierde cuando un sistema de
regulación o de coalición entre potencias deja de funcionar tiende a
trasladarse en el interior de las sociedades con nuevas búsquedas de seguridad
subjetiva y objetiva.
Vuelve lo político en
el sentido planteado por Mouffe y Laclau. Crece el miedo colectivo, los
emprendedores de violencia, las proyecciones negacionistas, securitarias y
neo-nacionalistas, poco favorable al paradigma inclusivo que requieren las
migraciones humanas en un mundo donde uno de cada siete ser humano es migrante.
Argentina y la región
no escapan a estos fenómenos globales. La realidad migratoria argentina que se
consolidó como una experiencia ejemplar a contracorriente de la tendencia
mundial, entra ahora en tensión por el proyecto excluyente y neocolonial
llevado adelante por el gobierno de Cambiemos. Aquí y en el Brasil del
presidente ilegítimo Temer, no solo las élites implementan acciones directas de
criminalización de los sectores populares – la encarcelación arbitraria de
Milagro Sala siendo un caso emblemático, sino que vuelven a reactivar un
régimen neopunitivista que hace brotar el fascismo social y los “restos
discriminatorios” encapsulados en la memoria arcaica de la sociedad. Raúl
Zaffaroni bien recuerda que esta corriente neopunitivista, es decir la fábrica
planificada de un clima punitivo selectivo, se expande de forma subterránea
desde los años 70 como corolario de la exclusión generada por el paradigma
neoliberal.
Cualquier régimen
político que reduce el espacio social, destruyendo empleos, cohesión social y
derechos, necesita fabricar una alquimia moral que legitime chivos expiatorios,
estereotipos y enemigos, incentivando la conflictividad en el interior de los
sectores populares. El informe[1]
redactado en noviembre 2016 por once organizaciones argentinas en el marco de
la Convención Internacional sobre la Eliminación de Discriminación Racial es
unánime. Un conjunto de medidas del gobierno, desde el centro de detención
migrante, la persecución policial, la desactivación de programas de regularización
hasta el nuevo Código Procesal Penal, pone en riesgo el derecho a la diversidad
y a la migración ratificado en la ley migratoria argentina (ley n°25 871).
Obviamente, los medios masivos de comunicación cumplen una función permanente
para amplificar esta discriminación selectiva. Un estudio mediático de la
Defensoría del Público muestra que 80% de las noticias vinculadas a la temática
migratoria entre 2013 y 2015 están asociado a temas policiales, invisibilizando
sistemáticamente su conexión con los derechos humanos.
Los migrantes y más
ampliamente los sectores populares hoy deben redoblar sus esfuerzos para
contrarrestar esta ofensiva expiatoria. Es una batalla táctica que también se
encuentra en plena sintonía con un eje estratégico de los nuevos proyectos
emancipadores: disputar una mundialización inclusiva demostrando que las
lógicas de potencia, de segregación y de dominación se han tornado inviables en
un mundo con altísimos grados de comunicación, interdependencia e
intersocialización. Esta aventura inédita requiere reescribir muchas cosas. Nos
convoca para ser no solamente defensores y luchadores, sino también inventores
de nuevas alianzas e iniciativas.
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