Por Rocío Rivera
Profesora y estudiante de Artes
“Viajar es un ejercicio con
consecuencias fatales para los prejuicios, la intolerancia y la estrechez de
mente”. – Mark Twain
Hace pocas
semanas, Francisco Varone presentó su ópera primera Camino a la Paz. La película presentada como una road movie, cuenta la historia de Sebastián,
quien, al no poseer trabajo, decide aprovechar la confusión de su número de
teléfono con una remisería y comienza a realizar viajes a cambio de dinero. Un
cliente, un anciano árabe llamado Jalil, regularmente viajaba con él y decide
proponerle un negocio que finalmente Sebastián acepta: realizar un viaje hasta
La Paz, Bolivia en auto, ya que Jalil padece diferentes condiciones médicas que
no le permiten realizar viajes largos en transportes como ómnibus, trenes,
etc., al mismo tiempo que le indica las diferentes paradas, caminos y rutas que
deberán tomar.
En el inicio de
este viaje que servirá para que ambos protagonistas logren encontrarse y darles
sentido a sus vidas, se encontrará lleno de momentos graciosos que permiten ir
afianzando la relación entre los dos compañeros de viaje, al mismo tiempo que
posibilita la comprensión entre las dos generaciones y culturas que representan
ambos sujetos. Sebastián es un hombre joven, casado, hasta hace poco tiempo
desempleado, tranquilo y que manifiesta un gran vínculo con el vehículo (el
personaje expresa que es lo único que posee por el mismo) que a su vez
representa la relación con el padre. Jalil, es un anciano árabe, que decide
realizar el anhelado viaje a la Meca, con su hermano que vive en la Paz. A
medida que el viaje avanza, podemos vivenciar junto con los protagonistas las
hermosas casualidades que pasan en los viajes: encuentros fortuitos, comidas
caseras, hospitalidad pueblerina, y también, los mal intencionados que siempre
están al acecho de los “turistas”. Aparecen diversos personajes que van
interfiriendo y al mismo tiempo afianzando la relación entre los dos sujetos
principales: un perro, que se convierte en el tercer copiloto, Irma, una joven
bohemia que desea llegar a su casa, las comunidades árabes que hay en las
diferentes provincias, etc. Pero ambos al final consiguen concretar sus propios
viajes.
La película se
presenta bien planteada, con actuaciones naturales (Rodrigo de la Serna siempre
encarna sus personajes de forma entrañable) donde se podría ponderar, así como
ya se ha dicho en esta columna en referencia a El Clan, la musicalización (que funciona también como un vínculo y
una comunicación entre los dos), las postales de paisajes durante el viaje y por
sobre todo, la evidencia de que en Argentina convivimos diferentes comunidades
y etnias, conformando todas nuestra sociedad. Argentina es un país hecho casi
íntegramente por inmigrantes que, si bien se han “argentinizado”, si lo
contraponemos por ejemplo con Estados Unidos donde cada comunidad tiene su
propio barrio, bien diferenciados, en nuestro país se han podido fusionar y al
mismo tiempo continuar con sus propias costumbres y aquellas diferencias que
los diferencian pero que al mismo tiempo los relaciona con la sociedad en
general. Es un tema que se ha tratado de manera regular tanto en el cine como
en el teatro, sobre todo las temáticas de la comunidad judía (películas como El abrazo partido, Cara de Queso o la pronta a estrenarse El Rey del Once o dramaturgos de la comunidad como German Rozenmacher, con obras
como Requiem para un viernes a la noche)
que con esta ópera primera de Varone permite poner el foco en otra comunidad
que nos conforma, como es la árabe.
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