Hubo un tiempo en que junto a un gran Líder
descolló otro gran argentino.
Entrerriano de Concordia, nacido en 1911,
graduado en la Facultad de Ciencias Jurídicas de La Plata con altísimas
calificaciones y completada su formación en Europa, le toca retornar al país en
trance de superar, al fin, su larga agonía semicolonial y emerger al grado de
justicia, dignidad y soberanía de la que habíamos sido despojados.
El peronismo empezaba a tomar las riendas
del Poder y la provincia de Buenos Aires lo llamaba a colaborar en sonoras
tareas. Una investigación sobre la evasión desvergonzada de la Bemberg y la
CADE lo tiene de protagonista. Siendo Fiscal de Estado en la gobernación del
Coronel Mercante y en consonancia con Miguel López Francés y Arturo Jauretche darían
forma a la provincialización del 100% del actual BAPRO, y del que el célebre
autor del Manual de Zonceras… seria su primer Presidente.
Ya ese entrerriano, Arturo SAMPAY, tenia
dotes sumamente mostradas, tantas como para que el General Perón le confiara la
misión de ser el pilar Informante del proyecto de REFORMA CONSTITUCIONAL de 1949, a la que le dedicó el
mayor de los compromisos.
Era ésta, en realidad, una nueva
Constitución, ya que venia a romper con el liberalismo burgués de 1853, el que había
prohijado nuestra adscripción como sumiso tornillo granja del enorme mecanismo
británico que funcionaba como el TALLER de nuestra economía.
Ahora y gracias al talento de Sampay se
daba vigencia a un concepto jurídico humanista y cristiano, que buscaba el
equilibrio entre los derechos individuales con los de la sociedad en su
conjunto y que resguardaba la Independencia económica en los factores
estratégicos del funcionamiento de la Nación.
La Constitución del 49 establecía que “El ESTADO…podrá
intervenir en la Economía y monopolizar determinada actividad, en salvaguarda
de los intereses generales…Los minerales, las caídas de agua, los yacimientos
de petróleo, gas y carbón, y las demás fuentes de energía, con excepción de los
vegetales, son PROPIEDAD IMPRESCRIPTIBLES E INALIENABLES de la Nación, con la
correspondiente participación de sus productos con las provincias”. Pero lo que
produjo pánico dentro del eternamente privilegiado Capital privado nacional y
extranjero fue evidentemente el articulo 40: “El Estado, mediante una Ley,
podrá intervenir en la economía y monopolizar determinada actividad, en
salvaguarda de los intereses generales “.
Dice el artículo varias cosas más, pero
básicamente dispone un fuerte control del Comercio Exterior, la administración
publica de los Servicios (luz, gas, agua, transporte y Comunicaciones) y las
fuentes de energía.
Los radio pasillos de la época detallan que
dicho artículo fue muy discutido y estudiado y sus pormenores revelaron los
habituales tiras y afloje de todo Movimiento popular tan vasto, como suele
suceder en los países subdesarrollados y dependientes. Al fin, parece que
ganaron los más decididamente radicalizados como el propio Sampay, pero además
por Jorge del Río y Juan Sábato quienes habían peleado duro contra los
monopolios eléctricos en la Década Infame de los años 30.
Avalada (aún con alguna duda táctica) por
el Jefe del Movimiento, y boicoteado en el Congreso por la oposición demo
liberal por supuestos defectos formales, la Constitución echó a andar, y con
ella los nuevos derechos de la Niñez, la ancianidad, del trabajador y la
totalidad de las nuevas concepciones consagradas.
Producida la caída de Perón, fue
rápidamente derogada y con ello, siguió la persecución tenaz a don Sampay, pese
a que éste se había alejado de la estructura justicialista en los últimos años,
junto al grupo de forjistas que rodeaban al Coronel Mercante.
Recién pudo retomar su vida relativamente
normal bajo la presidencia de Frondizi.
Sin la fuerza de su juventud don Arturo
SAMPAY, padre de la Constitución peronista de 1949, falleció en 1977 un 14 de
febrero.
Curiosamente nuestro personaje reunió
ideológicamente dos posiciones: Fue radical Yrigoyenista en sus años mozos y a
la vez católico practicante. Y con ambos basamentos en sus ideas se incorporó
al peronismo. Paradójicamente su alejamiento de la militancia activa se produjo
a finales del Gobierno del General, en momentos en que Perón enfrió relaciones
con el sector de Mercante y cuando rompió con la Iglesia católica, ya en 1954.
El mejor elogio de su obra magna, tal vez
lo haya dejado, Raúl Scalabrini Ortiz, cuando detalló que su artículo 40 era EL
BASTION DE LA REPUBLICA. Y la única real razón de la Revolución Libertadora en
derogar esa Ley Suprema había sido el molesto artículo que resguardaba la
Soberanía económica de la Nación argentina.
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