Por
Jorge Eduardo Capó
(N. de la R.) este
escrito data de Septiembre de 2013. Lo cual convierte al escritor (un
incondicional militante de la causa obrera y sindical) en un verdadero
visionario para los tiempos que corren.
El
Bar de Tami bien podría haberse llamado “la reserva moral de Occidente”,
refugio de probos derechosos, era un típico boliche de barrio, con berretines
de confitería, en el que se celebraban aparatosas tertulias de señores educados
bajo las estrictas normas impartidas por los uniformados de los años setenta.
¿Qué
me llevaba a frecuentar ese lugar? No sé muy bien, tal vez una suerte de
masoquismo, quizás, la necesidad de saber cómo se reflexiona en las antípodas o
–lo más probable-, los inigualables especiales de milanesa, que preparaban en
el recinto, bajo la atenta mirada del dueño del establecimiento.
Y
era precisamente Tami, el que bajaba línea desde la barra, seduciendo a sus
parroquianos, casi todos pequeños empresarios o mercaderes de poca monta, que
por delirios o ínfulas, se sentían identificados con sus reaccionarias
reflexiones.
Desde
su púlpito con forma de mostrador, Tami despotricaba contra la inclusión,
contra la plata que el Estado invertía en los pobres, y contra lo mucho que se
abusaban de gente que, como él, honraba la argentinidad…
-Hay que privatizar viejo, vas a ver cómo se
termina este Estado corrupto y chupasangre- vociferaba, motivando la
aprobación de su auditorio.
Lo
más escalofriante es que el mismo Tami que odia y desprecia a los pobres, el
que quiere desmantelar el Estado, es el que pretendía que el Banco Central le
respondiera por los dineros depositados en un banco extranjero.
-Qué clase de Estado tenemos que no te
garantiza los plazos fijos? Se preguntaba entre convencido e indignado.
Casi
se me atraganta la milanesa ese día…
Para
los pobres, nada, para los excluidos ni un céntimo, para los plazos fijos sí,
ése es el tipo de Estado que él y su clientela pretenden.
Menos
mal que maneja un bar y no un ministerio.
Como
dice la canción: si no fuera tan
terrible, nos daría risa, si no fuera tan dañino, nos daría lástima…
Lo
peor es que, pese a todo lo vivido, todavía hay muchos Tami predicando, y
muchos espectadores coincidiendo.
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