Historia en clave nacional
Por: Rubén Lombardi
Gobierna
la Argentina el General MITRE en 1866. El continente sudamericano se hallaba
cruzado por dos gravísimos conflictos bélicos que marcaban la lucha de una
Europa empeñada en seguir considerando a América como continente de súbditos, y
a ésta resistiendo.
Uno de tales hechos era la Primera Guerra del
Pacífico en que España había cruzado al Perú y ocupado las Islas Chincha y que
fue sumando la entrada en guerra de Chile primero y luego de Bolivia y Ecuador,
todas repúblicas unidas ante el ataque de la flota castellana.
El
otro foco era la Guerra de la Triple Alianza, poderosa unión militar de Brasil,
Argentina y Uruguay contra la desafiante Paraguay de los López.
El
interior de las provincias argentinas se hallaba en graves penurias económicas.
Rentas insignificantes, comercio languideciente, manufacturas arruinadas por la
apertura de la Aduana porteña, miseria popular. Solo unas pocas fortunas
personales resaltan en ese desolador panorama.
Sobre
tal contexto los Procónsules del régimen liberal mitrista desatan irremediables
levas en busca de contingentes para el frente paraguayo, lo que cae como una
bomba sobre un clima social muy caldeado. Y empiezan a rebelarse de mil maneras:
Una de ellas es refugiándose en los ejércitos de Montoneras de la zona andina,
con jefes como los hermanos SAA en San Luis, Carlos Juan Rodríguez y Juan de
Dios Videla en el resto de Cuyo, y Felipe Varela en La Rioja y Catamarca.
Este
Varela es particularmente agudo en su mirada política: Había sido soldado del
Chacho Peñaloza en tiempos de éste. Muerto el caudillo, el flaco Varela,
llamado El Quijote de Los Andes por historiadores posteriores, afina sus ideas
federales contrarias a la succión del Puerto. Cruzando una y otra vez la
cordillera, relacionándose con sus pares chilenos, un día aparece de lado
argentino al frente de un cañoncito “bocón”, una banda de música y unos
desafiantes fusiles nativos. Lo que sobraba en la hueste era patriotismo y
dignidad. Y lanza una famosa PROCLAMA, haciendo una descripción de las penurias
de los provincianos en manos de la avaricia de Buenos Aires y de sus
gobernantes históricos. “Ser porteño es ser ciudadano exclusivista; y
provinciano es ser mendigo sin patria, sin libertad, sin derechos. Esta es la política
del Gobierno de Mitre”, escribe. Y concluye la carta pública proponiendo “la
paz y la amistad con el Paraguay y la unión con las demás repúblicas
americanas”.
Las
batallas a muerte que lo enfrentó a los ejércitos del Puerto fueron muchas. Lanzas
contra fusiles Sharp enviados por Sarmiento desde los Estados Unidos no
pronosticaban precisamente victorias. Pero lo importante era dar pelea,
testimonio de que se prefería morir a resignarse a la dominación y esclavitud
eterna. Parecido a Obligado con sus gloriosas cadenas en aquel Paraná en 1845.
En
abril de 1867 Varela conduce un grupo de paisanos armados a través de una
marcha muy larga y agotadora. Habían fatalmente coincidido largos días sin
tomar agua a través de la aridez de la precordillera, cuando el Quijote recibe
noticias que los santiagueños Taboada (mitristas) habían tomado la ciudad de La
Rioja. Para no tenerlos a sus espaldas se encolumna a su encuentro con su
hueste cansada y sedienta. La soldadesca se prometía un rotundo triunfo, ya que
el enemigo hacia circular rumores de contar con corto número de soldados,
cuando eran el triple. Y se sumó la traición del oficial que había recibido orden
de asegurar el suministro líquido. Todo conducía a un pozo que se suponía con
suficiente agua. Pero no se pensó que detrás de dicho Pozo, el de un tal
Vargas, estaba parapetado Taboada con su ejército, perfectamente armado e
hidratado. Tres soldados chilenos, extenuados por el calor y la sed, murieron
casi en brazos de Felipe, antes de la batalla. Otros lo hicieron congelados.
En
tales condiciones y ni disponiendo de buena caballada para marchar sin dar
combate, debe enfrentar a Taboada en inferioridad suma de condiciones. Pese a
que se producen derroches de valor y se prolonga la pelea, son muchas las bajas
dejados en el campo mezclada la heroica sangre con los manchones de un diluvio
climático que había llegado demasiado tarde.
De
pronto, surgió la decisión: Se abandonaría el campo de batalla con la idea de
relanzar la ofensiva al día siguiente. Entonces el valiente patriota americano
sube a las ancas del caballo de Dolores Díaz (La Tigra), una de aquellas chinas
que acompañan a la montonera en sus andanzas y así como hacen de amantes de los
soldados también empuñan la lanza cuando hace falta, y emprende raudamente la
estratégica retirada entre los montes riojanos.
El
contragolpe al día siguiente no pudo ser.
Tal
fue la batalla de POZO DE VARGAS, el 10 de abril de 1867.
Como
apostilla digamos que en tal entrevero pelearon con Varela, Severo Chumbita, Francisco
Clavero y Santos Guayama, entre otros. Murieron más de 1000 paisanos federales y otros tanto cayeron
prisioneros.
La
leyenda liberal tergiversó una original zamba federal transformándola en la que
hoy conocemos y que ha sido cantada por casi todo el folklorismo nativo.
Pero la auténtica decía:
Vidita de mi vida, Pozo de Vargas
La guerra se ha perdido por falta de agua.
Los nacionales vienen, Pozo de Vargas,
Tienen
fusil y tienen las uñas largas.
Lanzas contra fusiles, pobre Varela,
Que bien pelean sus tropas en la humareda”.
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