Por:
Daniel Chaves
Que
a lo largo de un año electoral abunden los compromisos de campaña, se lancen
grandiosas promesas y se multipliquen las críticas entre los distintos bandos
político-partidarios, es cosa habitual y no puede mover a la más mínima
sorpresa. Pero que un gobierno empecinado en exponer una ilusoria –cuasi psicopática-
realidad dominada por el optimismo y las mejoras sociales, omita
deliberadamente el profundo retroceso acaecido a escala general de las fuerzas
productivas del país, como mínimo debe generar indignación, rabia, desconfianza
en aumento y una actitud opositora de mayor firmeza e intransigencia contra la
“mentira organizada” desde las altas esferas del poder
financiero-mediático-judicial, al cual Mauricio Macri y compañía representan
apenas en carácter transitorio.
Luis
Bruschtein definió el 2 de marzo en Página/12: “En un año, Cambiemos profundizó
la brecha que abrió cuando era oposición. Pero esta vez, los que lo apoyan
mantienen una actitud pasiva y los que se movilizan ya no lo hacen por oposición
política, sino en defensa de salario, trabajo, jubilaciones, de sus comercios,
de sus industrias, de todo lo que fue puesto bajo amenaza por las políticas del
gobierno”.
Un
gobierno que a diario “blanquea”, con inocultable violencia, su odio de clase,
actúa con sensatez en su orientación y objetivos generales: Mientras los autos
de alta gama se convierten en una opción de inversión para adinerados, arrecia
el desempleo, los cierres de fábricas y comercios, las suspensiones laborales a
gran escala, la crisis industrial alcanza a todas las áreas productivas, y
entre tarifazos por decreto, los ciudadanos de Capital y conurbano bonaerense
continúan padeciendo frecuentes cortes de luz… también de agua… sólo que
abonando mucho más que antes.
Pero
nada de ello parece interesarle a la dirigencia de Cambiemos. “La obra pública
dejó de ser sinónimo de corrupción”, aseguró el presidente Macri mientras en la
Justicia proliferan las causas contra él, su familia y distintos funcionarios
por fraude a la administración pública.
El
mes de marzo llega con la mecha recién encendida. Se suceden movilizaciones
producto de la insostenible presión de las bases, para que buena parte de la
dirigencia sindical decida actuar, a pesar de haberse mostrado tan aprestos a
“dialogar” y a “garantizar gobernabilidad” para el rejunte radical-conservador
que gobierna traspasando los límites más esenciales del Estado de Derecho.
A
pesar de los aprietes y las amenazas, los docentes ocuparon brillantemente las
calles porteñas y en todo el país. A pesar del denigrante recorte
presupuestario para trabajar problemáticas de género y en constante aumento de
los femicidios, las mujeres vuelven a salir y libran su paro internacional, a
todo impacto y con una ejemplar organización. Fuertes sectores gremiales
combativos prosiguen con sus luchas desventajosas pero cada día más
encarnizadas, ahora –forzosamente- acompañados por los otrora timoratos
“dialoguistas” pero también indispensables en esto de construir unidad popular
contra el saqueo Pro-imperialista.
Falta
la unidad político-electoral, que como venimos señalando desde hace varias
ediciones de esta publicación, nunca termina de concretarse con la celeridad y
solidez que la hora actual demanda. No sea cosa que quienes se creen los
eternos dueños del país, sepan crear una nueva cuña al interior del movimiento
nacional, con la “invención” de un candidato de aparente entronque “popular”,
destinado a dividir aguas en el deshilachado y aún escasamente articulado
bloque mayoritario de la oposición al gobierno conservador.
La
esperanza para detener tantos atropellos sádicamente pensados y ejecutados
contra la clase trabajadora, pasa por el pueblo mismo: El reagrupamiento de su
fuerza tumultuosa, caótica, callejera e imparable una vez que la maquinaria se
pone en marcha. Y ello, precisamente, es lo que está comenzando a suceder.
Quizás en forma incipiente, cual tsunami de masas que es capaz de derribar
hasta los más rocosos muros de contención, y ya sin margen para detener su
formidable avance. Ese mismo que, invariablemente, resulta el terror de los
acomodaticios, los mediocres, los arribistas y del conjunto de los poderosos de
aquí y allá.
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