Por
Luis Furio
Quienes hemos transitado a lo largo de una vida el sinuoso y escarpado
camino de la militancia política, asistido a la grandeza y decadencia del
Movimiento Nacional Justicialista, quienes hemos leído, pensado y escrito
infinidad de artículos con el solo afán de hacer docencia política siempre desde
el campo nacional y popular. Nosotros: La vieja guardia, ergo, los nostálgicos,
en el otoño de nuestras vidas, más reflexivos, más justos, hacemos un alto en
esta diaria lucha que nos hemos impuesto tratando de encontrar una razón válida
en la sinrazón de este aciago tiempo argentino, y decimos:
Estamos en una encrucijada donde un paso equivocado puede originar
irreparables resultados, porque la democracia no puede funcionar en un país
enajenado, un país donde los políticos parecen haber olvidado el comportarse
como tales, pero se trata no solamente de un olvido, sino de años de monstruoso
adiestramiento cuya consecuencia es lo que hoy asombra y desdibuja la esencia
de nuestra frágil democracia. Los insultos o agravios desmerecen la actividad
del hombre político, son extraños al ejercicio de la inteligencia y la política
en su más alta expresión. Tomaré el más simple y demostrativo ejemplo: Políticos
omnipresentes en los medios de comunicación social -favoritos de ciertos
comentaristas banales-, erigidos en fiscales de la patria o personajes bíblicos
que convocan ardorosamente a combatir al
enemigo, el maléfico Dios del Mal, el “Populismo”, demonizado a su vez con el
implícito apoyo de un selecto Gorilopolio.
Este absurdo nihilismo impide llevar a cabo cualquier innovación
institucional sin que “El Tribunal del Santo oficio” lo juzgue sacrílego u
opuesto a las leyes. Esta oposición por la oposición misma, plagada de
apocalípticas profecías por un lado, exageradas visiones por el otro no puede
ser aprovechada por ninguno de los sectores que se enfrentan en la actualidad.
Decía Aristóteles que “Cada forma
política lleva en sí las causas de su ruina”. Y en esto, acorde con nuestra
experiencia, hay mucho de verdad y nos está indicando la imperiosa necesidad de
una profunda y reflexiva autocrítica, un giro copernicano hacia la cultura
política. No necesitamos ideales nuevos ni metas ideológicas nuevas, hay
brillantes páginas de nuestra historia reciente a las que se debe recurrir con
pasión y sin exclusiones. La vida es
sueño… al fin y al cabo quien no los tenga será incapaz de escribir la historia,
y mucho menos de hacerla.
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