Por
Daniel Chaves
Apenas
unos días después de que comience a circular esta edición de Huellas
Suburbanas, asistiremos cual impotentes testigos a la peor forma de recibir el
Bicentenario de nuestra Declaración de la Independencia. No sólo por las
relaciones carnales, ni la presencia del ya inoperante rey español, ni la
genuflexión constante de nuestros funcionarios en ejercicio del poder central.
Peor aún: el descreimiento, el raudo empobrecimiento de millones de
compatriotas, la lenta pérdida de una brújula que marque un horizonte mejor y
plausible de alcanzar, marcan el clima de época.
Hemos
construido un Bicentenario de la Independencia de carácter antipopular,
insípido e irritante para las convicciones más profundas del subsuelo de la
patria, actualmente no sublevado.
La
vida social y política de nuestros días tiene cierto parangón con nuestro
sainete acalorado, febril, del deporte popular por excelencia en nuestro
territorio: El fútbol. Un crack actualmente inigualable, el cuadro deportivo
que lidera entusiasmos y también levanta críticas desmedidas –cuando no
desafortunadas- decide, al menos en forma provisoria, alejarse de nuestra
escuadra nacional. Unas vacaciones, quizá voluntarias o acaso un tanto forzadas
por las circunstancias que le ha venido tocando vivir.
El equipo
se siente acéfalo, los estandartes de segundo orden balbucean justificaciones,
la hinchada castiga y exalta con idéntica pasión. Pero lo cierto es que la
escuadra nacional, la que de veras defiende la bandera argentina, acaba de
perder a su líder, por las razones que sea.
Se
le endilgan todas las responsabilidades de la derrota, mientras el resto del
plantel calla –en estratégico rictus de preocupación- su inoperancia para
empujar al equipo hacia la victoria. Es muchísimo más sencillo rumiar por lo bajo
que la culpa sólo recae en la figura erigida en líder por excelencia.
Mientras
tanto, se reagrupan sin capitán o con muchos pretendidos capitanes para
vérselas con el contrincante de siempre. Ahora con estos últimos, ejerciendo el
poder, el campeón y mejor no indagar en cuántos favores debió cubrir para
alcanzar tal objetivo.
Ya
sin capitán, los jugadores se encuentran con el otro elenco. Conversan,
comparten algunos cafecitos, acuerdan de a ratos, y hasta fantasean con
alcanzar una “normalidad” institucional que implique la “alternancia” en la
consecución de títulos entre estos dos grandes seleccionados.
“Ah, pero y los demás? Son más
pequeños pero todavía hay unos cuantos competidores…” “Bueno, de eso nos
encargamos, quédense tranquilos, se tendrán que arreglar con menores sponsors y
dinero por televisación. O dejar de competir, si al fin y al cabo son tan
poquitos…”
“Bueno M, pero entienda usted que no
queda bien a los ojos de los espectadores. Y también está la cuestión de
nuestro ex capitán… que a veces amenaza con llevarse a los mejores y sumar de
otras fuerzas menores para concretar una tercera opción. Y vio que la gente la
sigue, a pesar de todo…”
“No se preocupen por eso, ya tenemos
todos los resortes institucionales preparados para que eso no vuelva a ocurrir.
Y cuando prometo, cumplo. Tengan paciencia, estamos apurando el tema. La
condición es respetar a rajatabla la permanencia y apetencias de quienes nos
esponsorean y del emporio multimediático que nos da razón de ser. Dentro de
esos límites, todo. Afuera, el descenso y el olvido”.
Y
ahí van, rumiando enojados por lo bajo, sin saber aún qué decisión tomar. Si
optar por integrarse al régimen, o retomar conversaciones, en otros términos
quizá, con el otrora capitán que por propia –o no tanta- decisión dejó de
disputar el brazalete que tan bien le quedaba…
Pero
hay un riesgo: cuando el pueblo -que en su ancestral sabiduría sólo demora un
poco más para ver con claridad las cosas en su justa dimensión- note que buena
parte del derrotero por venir puede convertirse en una farsa, va a apagar los
televisores, va a salir a la calle, y va a reclamar que se vayan todos, una vez
más.
Porque
mientras ellos negocian, se enriquecen, extorsionan, presionan y en algunos
casos hasta trabajan mancomunadamente para dejarnos sin alternativas, el pueblo
se está yendo al descenso, rápida y fatalmente.
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