lunes, 2 de febrero de 2015

Exponentes de nuestra Historia Nacional: Jerónimo Costa

Por Rubén Lombardi

El 11 de octubre de 1838 mientras la Confederación Argentina era atacada por una poderosa escuadra francesa y bloqueado el Puerto de Buenos Aires, la Isla Martín García (hoy pacífico lugar turístico) soportaba el bombardeo efectuado por un desprendimiento de dicha flota europea.
La disparidad de fuerzas era tremenda. Numerosos buques de guerra, dotados de la más moderna y potente artillería se enfrentaban a un escaso centenar de criollos sostenidos apenas por 1 batería con 4 cañones a cargo del capitán Thorne, el bravo (y posterior) artillero de Obligado. Intimados por el jefe galo a la inevitable rendición, los argentinos deliberan. Al cabo de una rápida y emocionante unanimidad, llega la respuesta: “En contestación a la nota… sólo tengo para decirle que estoy dispuesto a sostener, según es mi deber, el honor de la Nación a que pertenezco”. Firmaba el comandante Jerónimo Costa.
Comenzaba (o continuaba) la larga fama de un gran soldado de la Patria. Y de una vida indisolublemente ligada a la Causa Nacional.
Habiendo elegido desde muy temprano la carrera de las armas, Jerónimo había sido contemporáneo de los albores de nuestra vida políticamente independiente. (Nació en Buenos Aires en 1808). De llamativa actuación en la batalla de Ituzaingó contra el imperio brasileño, tal acción le había valido obtener el grado de capitán. Producido el golpe unitario de Lavalle contra Dorrego en 1828, se había mantenido fiel al partido Federal, sumándose a los más adeptos a Rosas, al punto de integrar la Campaña del Desierto de 1833. Por su gallardo comportamiento el Restaurador lo había promovido a Teniente Coronel, grado con el que se pone al frente de la defensa de Martín García, con el hecho con el que iniciamos esta nota.
Después, el destino quiso que secunde al General Oribe en el largo Sitio de Montevideo (1843-1851), pero cuando el oriental termina acordando con Urquiza (ya pronunciado contra Rosas) el levantamiento del sitio retornó a Buenos Aires y poniéndose al mando directo de su admirado Restaurador.
Sobrevino Caseros, al cabo de lo cual y puesto en la disyuntiva de servir a los federales de don Justo José o a los separatistas del Puerto, su fino olfato popular lo lleva a ofrecer sus servicios a quien, al fin y al cabo, representaba una autoridad respaldada por la totalidad del resto de las provincias.
En enero de 1856 el país interior bregaba por doblegar a la egoísta metrópoli separada. Y en ese trabajo Costa, como muchos porteños “nacionales” (los hermanos Hernández, Guido y Spano, Navarro Viola, Bernardo de Irigoyen, Tomás Guido, etc.) cuando deciden invadir Buenos Aires para expulsar a los separatistas, ya orientados por Bartolomé Mitre, y restaurar la Unidad Nacional.
Urquiza lo había nombrado General, en cuyo carácter se acopla al Supremo Comandante Hilario Lagos. Pero, no obstante, los porteños de Pastor Obligado mueven sus fichas rápidamente. El Coronel “el Gato” García bate a los unificadores en el puesto de Villamayor, partido de La Matanza. Los oficiales de Costa y Lagos resistieron hasta que no pudieron ya evitar la rendición. Y se entregaron nomás.
El General Jerónimo Costa fue uno de los atrapados que desconocía el decreto de muerte a que habían sido condenados, desde antes de la batalla. El Gobernador Pastor Obligado, junto a la firma de sus ministros Mitre y Valentín Alsina había sancionado una norma estableciendo la condena a muerte de la oficialidad enemiga eventualmente atrapada. Así fue como rápida y sumariamente, los victoriosos de Villamayor no tuvieron piedad. Casi con el espíritu calcado del círculo rivadaviano, que por la orden directa de Lavalle mataron a Dorrego en 1828, ejecutaban ahora al bravo héroe de Martín García. Sin el mínimo juicio previo. La tropa, que no había sido incluida en el decreto de muerte, fue agregada al mismo y trágico final.
Habría que dar a leer a los estudiantes de 2015 los calificativos que merecieron el Comandante Jerónimo Costa y sus hombres: “famosos criminales”, “anarquistas capitaneados por el cabecilla Costa”, que se propusieron el “criminal objeto de atentar contra la autoridad constitucional”, y “querían implantar el terror y barbarie que caducó en Caseros”… tantos adjetivos por tan poco… por luchar por la Unidad Nacional, nada más.
Curiosamente, en 1838, un jefe extranjero, también vencedor de éste noble oficial criollo, le había devuelto la espada al rendido, en reconocimiento a su digno comportamiento militar, y tan admirado estaba que le había recomendado al Gobernador de Buenos Aires (y jefe de la Confederación Argentina) considerar el patriotismo y talento militar con que el Comandante Costa había defendido su posición ante fuerzas ostensiblemente superiores.
Este gran compatriota nuestro fue fusilado cobardemente el 3 de febrero de 1856, y su cadáver abandonado en el terreno. El infaltable Sarmiento se hubo de alegrar por la matanza y escribió: “Han muerto o han sido fusilados en el acto, Bustos, Costa, Olmos. ¿Trofeos? La espada RUIN y MOHOZA de Costa. El carnaval ha principado. ¡Se acabó la Mazorca!”

Con los años, felizmente fue despertando la conciencia nacional e idénticos hechos fueron analizados desde otro prisma: el de la Liberación Nacional.

 

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