Por: Prof.
Edmundo Mario Zanini
DNI 8118381
Operativo… ¿operativo…?
¡Qué nombre feíto! Me trae muy malos recuerdos…
(chito, Edmundo,
chito, o te mando un grupo de tareas…)
Evaluar… E – valuar…!!! ¡Ahhh! por suerte me avisaron. Es todo
moderno, loco.
Es como un precio
que se pone por… internet, viste…?
O sea que, a los
pibes, y a los docentes, y a las instituciones educativas, no les llega la
plata que corresponde para que todo esté bien, pero sí les llega la modernidad en base al operativo Aprender, que
sirve para e- valuar.
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En principio,
amerita considerar qué se entiende (y esto siempre depende de “si entiende
quien entiende…”) por evaluar.
En relación con
la educación, la evaluación no es sino parte del complejo proceso de educar y
educarse. Y hay seguramente al menos dos concepciones de educación. La que se
piensa más cerca de lo que, referido a nuestras mascotas (esos simpáticos animalitos
que decidimos nos acompañen) llamaríamos “adiestramiento”: preocupada por el
logro de eficiencia, es decir, detrás de objetivos predeterminados. Si lo
que YO
necesito es gente que “haga lo
que tiene que hacer” y “no moleste”, mi
“estilo de educación” será de un tipo. Y la evaluación quedará pensada como el
instrumento, puntual y preciso, para
VERIFICAR si se llegó a lo deseado. Es decir, en este tipo de
evaluación, el evaluador (el medidor de rendimiento) estará atento a que “el
educando” se haya convertido en LO que se necesitaba.
Es claro: en
estos casos, buscaré evaluadores distantes de lo hecho. No me interesará de
dónde se partió ni cómo se hizo para
“cambiar la historia”.
Verificarán “el producto”.
Este “modelo” (a
mi criterio este término debiera ser suprimido, pero… es lo que se USA…) es el
ideal para los grupos sociales en los cuales hay un interés sustancial: la
productividad. Hay que RENDIR más. La
guita está primero. Y todo lo que se haga apuntará allí.
Obviamente, hay
otra (tal vez, otras) manera de entender las cosas. Lo que nace de reconocer la
condición humana del “sujeto de la educación”, que es, fundamentalmente,
una PERSONA. A la que nadie le podrá, LEGÍTIMAMENTE, imponer nada, sino, justamente
todo lo contrario, se le deberá brindar
opciones y oportunidades para que “se realice”. Lo que no necesariamente
significa que se lo promueva para “hacer
lo que le plazca”. Esa sociedad que respeta y ofrece, que se compromete con el
destinatario de tantos esfuerzos, pide una sola cosa: correspondencia.
Es decir, “tené presente que estás comprometido a
devolver lo mismo, como mínimo”.
Así entendida, la educación es un fenómeno social de terrible significación. Particularmente para los niños y los jóvenes, ya que, menos contaminados, están más dispuestos a ser justos y a reclamar justicia, no sólo para ellos. Tal vez por eso el cura Juan Viroche enunció casi en sus últimos mensajes la necesidad de “la revolución”.
Y para esta
educación, la evaluación no es un mero
acto administrativo. Administrado por afuera de lo que se vive cotidianamente
entre los que están “haciendo la
historia”. Esa historia de mejorar, mejorarnos, mejorarse… Esa historia pequeñita de la cual, a la larga,
se nutre la Historia. La evaluación, para quienes creen en este tipo de tarea,
se hace cada día, entre todos los involucrados: aquel que socialmente ha sido
encargado de coordinar el proceso (el maestro o profesor) y aquellos que han
aceptado enrolarse con él, para lograrlo: los estudiantes. Preocupados todos (y
por eso también llegarán actores externos –incluso podrá sumarse un
especialista, que sume su mirada sobre “lo que está pasando”). Y tendrán su
lugar los padres y vecinos, que no vengan a reclamar milagros, sino a aportar…
Nada de esto está
presente en el operativo “APRENDER”, porque no es ésta la idea que los mueve a
“los globitos de amarillo”, danzantes, tiernos y simpáticos.
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