miércoles, 10 de diciembre de 2014

Arboles de fuego, para navidad (Una crónica obrera de Diciembre de 2001)

Por Sebastián Jiménez

   Tantos años de neoliberalismo salvaje no podían terminar de otra manera, la temperatura de aquella noche de diciembre de 2001, aunque elevada, no tenia punto de comparación con el fuego que latía en nuestro pecho. 
Tras el cambio de mando de 1999, quedó claro que el modelo económico de explotación de nuestro pueblo no variaría en absoluto,  por el contrario, el interregno delarruista intensificó la presión sobre las clases subalternas. Las clases medias, las clases populares, la clase obrera, siguieron víctimas del neoliberalismo salvaje que todo lo vende y todo lo compra, a precio de una sangre que nunca es la de sus minorías enriquecidas.
La imagen de las palmeras de Plaza de Mayo prendidas fuego son casi la postal perfecta de aquellas jornadas, parecía que el país se incendiaba luego de que el inefable De la Rúa, le pusiera el broche de oro a tantos años de dictadura neoliberal, con aquel patético y recordado discurso donde decretó el  estado de sitio ante la ola de saqueos que conmovió al país. En realidad, el fuego bajo el cual ardían aquellas palmeras y el país entero, era resultado de la combustión de los sentimientos de toda la clase obrera,  sentimiento socavado durante tantos años de desigualdad, impotencia, hambre.   Estábamos todos sin laburo, sin nada más que nada, el ataque a los intereses de la inestable clase media fue la gota que rebasó el vaso y provocó la combustión.
   El primer impulso después del decreto del estado de sitio fue salir a la calle. Por vivir en aquel entonces cerca del Batallón de Arsenales de la Ciudad de Boulogne, asistí, no con poca sorpresa, por primera vez al espectáculo de ver los tanques circulando por la calle. Los latidos en el pecho se aceleraban, la bronca primaba por sobre los otros sentimientos,   ¿A dónde ir?, ¿que golpear?, esto debe terminar, ¿pero adonde y cómo?... El tren a Retiro fue la respuesta más acabada a todas estas preguntas.
   La Plaza de Mayo debía ser el lugar, nosotros mismos debíamos ser la manera.
   Guiado por el instinto, la ansiedad por llegar a la mítica Plaza de Mayo se hacía insoportable. Bajar del tren vacío, por la hora y la circunstancia, y encarar la caminata por Alem hasta la Plaza fue un suplicio más que alimentó la ansiedad. Pero llegar y ver aquel espectáculo fue la mejor recompensa. La clase media, copaba la plaza. En las horas subsiguientes se unieron poco a poco las masas obreras, la represión desatada por las fuerzas del orden, aumentaron la bronca y la indignación. Las balas de plomo y los gases, sumados a los latigazos de la montada, se quisieron adueñar de nuestra plaza, pero qué latigazos ni latigazos, las marcas en la espalda no nos dolían, porque el fuego que nos levantaba, nos empujaba hacia adelante y mas allá de eso solo nos quedaba la dignidad, al menos muchos de los que allí estábamos, no teníamos nada que perder. Como corresponde al proletariado, la lucha es hasta las últimas consecuencias. Muertos, heridos, ambulancias, caos.....luego calma.....pero sabíamos que solo era una tregua.
   La noche transmutó en madrugada de tensa vigilia, cielo bravo y luna breve en espera de algún desenlace del cuál ignorábamos su naturaleza, pero que sabíamos inexorable. De alguna manera, todos los allí presentes teníamos plena conciencia de que aquel modelo asesino tenía que ser enterrado en aquella jornadas. El pueblo, la clase media y la clase trabajadora, reunidos en espontánea alianza plebeya, estaban allí para terminar con él.
   La mañana finalmente nos trajo el principio del fin.
   La orden de desalojo de la plaza por la policía montada, otra brutal ola de represión en distintos puntos del país y la respuesta palo por palo de la masa del pueblo enardecida, tiñeron de sangre aquel 20 de diciembre. Nadie daba ni un paso atrás, era hasta las últimas consecuencias. Más muertos, más heridos, más represión, pero mayor resistencia. Hasta que “Fernando I” cayó. Y con él, cayeron 10 años de ignominioso vaciamiento estatal, de desindustrialización, de privatizaciones escandalosas, de desempleo, de florecimiento de los barrios marginales en los que aún hoy vive y sobrevive una porción importante de la clase obrera, sin servicios básicos, sin salud, sin educación, sin nada. 10 años de frivolidad, de hedonismo y de libertinaje sin fin.

   Tras dos años con Eduardo Duhalde en el poder, a partir del año 2003, el nacionalismo popular tomo las riendas del poder y tras asumir "sin Estado", sin nada que distribuir y con una masa proletaria con el lomo demasiado cansado de tanto penar, de a poco comenzó a tomar medidas progresivas, hacia adelante, reestatizar, generar empleos, alentar el mercado interno, democratizar el espectro radioeléctrico, la asignación por hijo reciente. Y no alcanza. Una clase social no desaparece si no se le quita su base de sustentación económica, y el Imperialismo aún goza de aliados locales con sus medios de producción intactos. La Pampa Húmeda, el litoral y los campos sojeros siguen en manos de la Oligarquía rentística, las palancas económicas y financieras, el comercio exterior e interior siguen en poder de la Burguesía Comercial y de los vampiros de siempre. Hay que superar cualitativamente al nacionalismo de Estado y avanzar en Sanmartiniana alianza con los demás pueblos de Latinoamérica con rumbo Socialista. Aún faltan demasiadas cosas, se han alcanzado logros muy positivos y por eso el enemigo oligárquico imperialista nos ataca, pero la clase obrera se debe a sí misma ser el principal protagonista de las políticas de Estado, que vendrán a delinear un futuro de liberación, de paz definitiva, de una paz que nos debe encontrar como trabajadores unidos en Frente Nacional, pero conduciéndolo, lo entienda así la burguesía o no. Está en nosotros construir un futuro en el cual nuestros hijos no sufran el despotismo de la oligarquía en el poder, y que la antipatria sepa, que como en aquellas históricas jornadas de diciembre, está en el pueblo argentino el impedir que sigan avasallando sus derechos, y que no lo permitirá. NUNCA MÁS.

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