sábado, 30 de mayo de 2015

BATALLA CULTURAL: LA MADRE DE LAS BATALLAS

Por Juan Carlos Dennin


  Cuando por primera vez  tomamos contacto con aquello de la batalla cultural, muchos interpretamos que la referencia se correspondía con  los  permanentes ataques  arteros con que los medios acosaban al Gobierno Nacional.   Pero como la única verdad es la realidad, nos hemos ido dando cuenta que la situación es mucho más profunda que eso.
  Así como en un conflicto bélico uno de los contendientes deja un campo minado, el neoliberalismo retrocedió pero liquidando,  como si fuese inactual e inservible, la idea de una ciudadanía integradora y capaz de generar las condiciones para una genuina movilidad social ascendente. 
  Gracias a la incursión del menemismo, todo aquello que había logrado construir el primer peronismo, fue desapareciendo. El Estado fue desguazado hasta ser transformado, poco más o menos que en una ruina; la relación sociedad / espacio público se quebró, gracias a la aparición del nuevo discurso privatizador. Todo funcionó como ariete de una globalización, cuya tendencia universal era la reformulación de las variables políticas, sociales, culturales y económicas. La  resultante inimaginable, por aquel entonces, fue la concentración de la riqueza, que fue desplegando en nuestra sociedad ignotas y crecientes formas de pobreza y desigualdad. La historia había llegado a su fin.
  En forma paralela con el avance de esta metamorfosis regresiva de la vida social se inició, además, un profundo proceso de despolitización.  Los conceptos de gerenciamiento de la administración estatal, conjuntamente con la ocupación de los restos del Estado por una “manada” de  tecnócratas, se hicieron carne por aquellos días.  A su vez amplios sectores de la clase política quedaron aprehendidas por nuevas formas de corrupción impulsadas por los sectores hegemónicos del poder corporativo.
  Al mismo tiempo en que se convertía en el buitre carroñero del Estado, el menemismo saqueaba el ámbito de lo público y dejaba deslegitimado el lenguaje político convirtiéndolo en sinónimo de corrupción y en el ámbito judicial.
  La consecuencia de todo este accionar ha sido la conversión del pueblo en una masa de ciudadanos-consumidores, imbuidos  por una democracia vacía de contenido, cuya única participación se remitía a acceder al cuarto oscuro, con sus temores a salir de la convertibilidad, con sus conciencias compradas y el temor a la desocupación debido a la destrucción del aparato productivo.  El Dios Mercado reinaba por estas tierras, pero sus acólitos en realidad estaban esclavos de sus propias  decisiones.
  La globalización del capital provocó la masificación de las ideas, las expresiones culturales, las prácticas y las costumbres, mientras aniquilaba toda otra forma  de sociabilidad previa.  La década de los noventa le dio fisonomía a la revolución neoliberal, construyendo un sujeto híperindividualista, ese ciudadano-consumidor cimentado por la construcción multimediática, por el egoísmo y por  los prejuicios. Ese sujeto se convirtió en la célula basal del “libre mercado”.  Como la historia había tenido su fin, se aseguraba que, por lo tanto, toda práctica diferente de afirmar identidad y deseo de igualdad quedaba descartada por anacrónica.  Los efectos perversos de esta manipulación sociopolítica llegan hasta nuestros días.
  Al llegar el  kirchnerismo al gobierno, su accionar conllevó  un proceso de desarrollo de las organizaciones sociales y generó, a su vez,  políticas de inclusión social, trabajo y redistribución del ingreso, en el marco de una economía en crecimiento. Esto motivó, a su vez, la participación y el compromiso de los jóvenes como no se veía desde un hace largo tiempo atrás, a los que se sumaban amplias capas de la sociedad.  La concepción política que las corporaciones habían diseñado para nuestra sociedad entraba en riesgo
  Mientras esto acontecía, los partidos de oposición se mantenían como en los noventa, debilitados, con dirigentes casi sin representatividad y tratando de acomodarse sin la más mínima concepción ideológica.  Es en este contexto, que son cooptados por los medios de difusión, que son el núcleo del poder económico. La disputa deja de ser entre partidos, y pasa a ser directamente entre el Gobierno y los grupos económicos.
  Aún hoy,  toda referencia al accionar popular es vomitada desde los medios como clientelismo, ya que pretenden  que no se altere la conformación del cuerpo social ideada por las corporaciones. La célula básica volverá a estar conformada por el ciudadano-consumidor que solo sale a reclamar por sus propios intereses o por los intereses que, con acciones de “marketing”, los multimedios se encargan de hacerles creer que les corresponden. La derecha, enquistada en los medios de difusión masiva,  ha encontrado formas estratégicas en el lenguaje para hacer creer a amplios sectores medios que ella es la solución que necesitan, aunque en realidad será quien les hará sufrir nuevamente sus consecuencias.
  Tenemos que comprender, como lo hizo y expuso el kirchnerismo, que si no tenemos la sapiencia de dar la batalla cultural, va a resultar más que difícil  invertir los términos de la dominación en Argentina, pues allí se encuentra  el campo minado que dejó el neoliberalismo. Por lo tanto, es en esa construcción de la subjetividad donde la matriz neoliberal puede llegar a retornar y reproducirse.

  Por ello, más que nunca, debemos batallar para cambiar definitivamente el derrotero que ha diseñado el neoliberalismo. Deberá ser primordial el rediseño de las condiciones políticas y culturales que permitieron su implementación y subsistencia en distintos sectores de la sociedad.  Aprender del pasado, leer y comprender las motivaciones que originan las marchas callejeras de los sectores medios de la sociedad, servirán para dar la lucha, para modificar las circunstancias.   Hay que seguir buscando y encontrando los modos,  los lenguajes y las acciones que impidan que el “relato” que construyen día a día las corporaciones económico-mediáticas capturen al grueso de las clases medias y logren penetrar en sectores populares. La democracia ha de ser inclusiva, integradora e igualitaria o no será.  

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