jueves, 8 de septiembre de 2016

Historia en clave Nacional. EL PADRE DEL FEDERALISMO SUDAMERICANO

Por: Rubén Lombardi

   Hubo tiempos en que las pampas sudamericanas se vieron azotadas por cruentas guerras entre hermanos; sangre común que corría por los campos fértiles del continente como testimonio no solo de  distintas ideas acerca de formas de gobierno contrapuestas, sino de intereses económicos concretos que enfrentaban a los hombres, y de idiosincrasias y costumbres diametralmente opuestas.

   Se hizo usual que uno de los sectores en pugna, con sinceros o no tantos anhelos de pacificar los ánimos luego de años de conflictos, se dirigieran físicamente al teatro de operaciones del adversario y que, para ganarse su buena voluntad portara un presente griego.

   Promediaba el año 1815 y en Buenos Aires había caído un cruel Dictador, un real tirano que no solo había puesto formalmente a su patria chica a disposición de las leyes y de la protección del Imperio más grande del momento, sino que había dictado bandos delirantes como aquel que disponía pasar por las armas a quien hablara mal del Gobierno (dirigido por el mismo). Cuando fue derrocado, el país todo pareció sentir un colosal alivio. El mismo San Martín, en Mendoza, mandó a celebrar un Tedeum (y convengamos que el Libertador de Chile miraba de reojo al catolicismo) en acción de gracias por la caída de “la Tiranía”.

   Henos aquí que los gobernantes sucesores  de éste Dictador de Buenos Aires, se llegaron un día  hasta el campamento del enemigo interno con su “presente griego”. Se trataba de 7 oficiales que habían combatido contra el Jefe al que se deseaba impresionar favorablemente, asegurándole enfáticamente que podía disponer de ellos a su entero antojo.

   Eran tiempos de guerra sin cuartel, y lo serían por mucho tiempo. Instalada la Primera junta de 1810, el secretario de la misma había mandado ejecutar sin titubeos a Santiago de Liniers, reciente Héroe de la reconquista de Buenos Aires, por encabezar una resistencia a la autoridad de la flamante administración.

   Dos años más tarde, el otro héroe, el vasco Martín de Alzaga, había sido colgado de un palo en la Plaza Fuerte de la capital, por la simple sospecha (nunca probada) de conspirar contra el Triunvirato rivadaviano.

   Meses después una negativa del cuerpo de Patricios a recortarse el cabello fue castigado con 11 fusilamientos y otros tantos cuerpos bamboleándose en otros palos pero sobre la misma plaza Mayor.
   Bien podría haberse cobrado el Jefe en cuestión tantas viejas afrentas, denuestos, injustas guerras y muertes, con la vida de esos oficiales ofrecidos.

   Sin embargo, sin pensarlo dos veces y mirándoles la cara a los “diplomáticos” de la otra orilla les responde: YO NO SOY VERDUGO DE BUENOS AIRES.

   Pero ¿Quién sería el autor de tal respuesta?...Al final ¿Qué desea hacer éste hombre con la libertad de la patria?... ¿Será de Dios que éste anarquista célebre nos quiera dar una lección de ética y humanidad a nosotros, los portadores de las luces?...Se preguntan posiblemente los porteños…

   Y lo seguirían preguntando durante toda la década, aquella primera de nuestra revolución emancipadora. No entendían ni entenderán jamás a JOSE DE ARTIGAS. En su mentalidad centralista y exótica no les cabe en la cabeza que un “don nadie” de los montes orientales quiera poner en pie de igualdad a cada una de las provincias, que proclame la soberanía popular y la encarne en los hechos, que desee imponer una total identificación entre pueblo y gobierno, que tenga semejante honradez y lealtad a las banderas iniciales, aquellas por las que empezó ofreciendo su espada en los albores de 1811 ante la Junta Grande, prometiendo “llevar el estandarte de la libertad hasta los muros de Montevideo”.

   Pensar que como recursos materiales para sublevar los campos y arrasar con el enemigo realista le pusieron $ 200 en el bolsillo…¡DOSCIENTOS PESOS!!!, cuando el sueldo del presidente de la Junta era de $ 8000, y el del ex Virrey ascendía a 12.000.

   La cuestión fue que con ese magro apoyo pecuniario pero con un patriotismo insuperable fue el iniciador de la verdadera revolución de la Independencia por éstas playas. Revolución republicana y federal. El que heredó la tradición rebelde de los altoperuanos y tomó en sus manos “La Tea” de Murillo, aquel arribeño mestizo de La Paz, levantado contra la opresión española en 1809.

   Fue denostado por Mitre y los narradores oficiales de nuestro pasado, interesados en subrayar los logros y la herencia del proceso emancipador porteño, burgués, centralista y monárquico de Triunviratos y Directores Supremos; para lo cual cubrieron de epítetos denigrantes al Conductor de las masas rurales orientales por ser vocero y portador de un proceso nítidamente plebeyo, autonomista, confederal, republicano y antioligárquico, todo lo cual estaba proscripto de antemano por las cabezas dirigentes de Buenos Aires.

   La élite porteña se dedicaba a abolir títulos de nobleza casi inexistentes, suprimir honores que nadie gozaba, anular instrumentos de tortura que seguirían aplicándose y a derogar la esclavitud en el papel (que ante la queja del embajador británico se restablecería).

   Artigas  planteaba el problema del monopolio mercantil en concreto, luchando por el fin del puerto único, planteando que la capital “esté precisamente fuera de Buenos Aires”, repartiendo tierras de verdad entre gauchos pobres, indios y mestizos.

   Eran dos mundos distintos: por algo Mitre escribió que la revolución de Mayo había sido hecha por el PUEBLO, y que el motín de abril de 1811 y la gesta antigüista lo eran por la PLEBE.

   Fue perseguido por un sinnúmero de contrincantes poderosos. Al final terminó su ejército estrangulado por la alianza expresa de portugueses, porteños y españoles, y como manotazo final, fue perseguido de muerte por un ex lugarteniente del “palo”, el Supremo Pancho Ramírez.

   Se exilió en Paraguay. Allí mandaba aquel mismo Dictador misterioso y solitario, Gaspar Rodríguez de Francia, con quien intentó aliarse en su primera hora emancipadora pero que elegantemente eludió comprometerse, ciego a la política de Patria Grande esbozada por Artigas en 1811.

   Pasaron muchos años en el exilio: tres décadas dedicadas al trabajo en una pequeña huerta que casi de lástima le brindaron Rodríguez de Francia y después don Carlos Antonio López. En 1828, su Banda Oriental querida y natal se transformaría en un país formalmente independiente, por voluntad de la diplomacia inglesa y pese a la actitud de resistencia dignamente patriótica del Gobernador de Buenos Aires en 1828, el Coronel Dorrego. Amigos de antaño, representantes del nuevo gobierno, van a llevarle la noticia de la creación del Uruguay, creyéndose portadores de una novedad para su alegría. Pero la respuesta del viejo caudillo fue la de un verdadero americano: “YA NO TENGO PATRIA”.

   Sus luchas por la autonomía y el federalismo no configuraban una separación del tradicional tronco del ex virreinato. Se empeñaba en ser argentino éste Patriarca. No podía haber confusión, que solo se dibujaba en las mentes estrechas de la intelectualidad europeísta.

   La enseñanza para los tiempos por venir fue toda ganancia con éste héroe gigantesco. Desde todo punto de vista, la imagen y estatura histórica ha sido felizmente rescatada de la desfiguración por la atinada Revisión de la Historia latinoamericana. Ya no hay Mitres, ni Levenes, ni López, ni ningún escriba del colonialismo que pueda impedir el encumbramiento de JOSE GERVASIO DE ARTIGAS al máximo estrellato de las luchas nacionales y populares a través de la Historia.


   Salud don José, desde el siglo XXI y para siempre: ¡Hasta la Victoria, por la Patria Grande, justa, digna y confederal!


0 comentarios:

Publicar un comentario