Por Rubén Lombardi
Haití,
pequeño Estado centroamericano, devastado hoy por décadas de explotación,
opresión de sus habitantes , crueles dictaduras y sometimiento al Imperio de
turno, alberga no obstante en sus orígenes alguna riqueza en sus alforjas.
Isla
descubierta por Colón en su Primer viaje, es rápidamente incorporada a los
dominios castellanos. Pueblo autóctono de cazadores y pescadores, fue utilizado
por los nuevos Amos en las durezas de las minas y plantaciones, lo que como en
otros terrenos continentales diezmaron a su población. Gente esclavizada de
piel oscura fue llegando a su reemplazo.
Durante
el siglo XVII esa isla como en otras antillanas, grupos de filibusteros y
bucaneros se enseñorearon de la región. En 1697 Francia fue reconocida como
poseedora de Haití en condición de Colonia. Hasta que en 1789 se produce la
Revolución Francesa con amplio eco en la isla mencionada.
A
diferencia del sur americano en que el pronunciamiento de los Jacobinos es
rechazado por antirreligioso, acá se aspira a que los consagrados Derechos del
Hombre y del Ciudadano alcancen a todos los grupos sociales, Blancos y Negros,
Criollos adinerados y mulatos y
esclavos, lo que produce un conflicto con el poder napoleónico que, como todo
sistema dominante, no ha desatado ese golpe a la aristocracia europea como para
unos seres nacidos para servir a los burgueses aspiren seriamente a participar
de la democratización total de la economía y la vida diaria.
“En
América son inferiores hasta las aves” habían sentenciado los pensadores del
Viejo Mundo de la talla de Hegel, el abate De Paw o Buffon, y resulta que en
una pequeña islita de negros ahora se quería salir de esa condición.
Es
en ese ambiente y lugar americano en que aparece un ex colono metido a soldado
a encarnar las aspiraciones de la compleja sociedad antillana: ALEJANDRO
PETION, un desconocido…hasta nuestros días.
Mulato
pleno, hijo de un colono francés y de una negra nativa, recibe el apellido de
ésta última, y con la alianza inicial con el jefe negro Dessalines encabeza la
lucha nacional contra los franceses esclavistas. La pelea fue sin
consideración, pero la ferocidad del
Imperio puede ser calibrada con las instrucciones dadas por el general
galo a su segundo: “ Le envío 50 hombres con 28 perros dogos…No debe ignorar
que ( a tales canes ) no le será dada
ración alguna…Usted debe darles negros para comer “.
Petión
en cambio se destacó a lo largo de su carrera militar y política por su bondad,
además de su capacidad estratégica.
Por
1803 la suerte le sonríe y se crea la Bandera nacional haitiana y al año
siguiente se proclama la Independencia
de la pequeña patria.
Claro
que la lucha sigue, Francia retoma la contienda y entre los caudillos nativos
se quiebra la inicial unión. El jefe máximo de los inicios de la revolución
nacional era Dessalines, quien luego de importantes triunfos armados se tienta
con atisbos nacionalistas en su gestión y un poder personal despótico en el que
se mete a sacrificar a hombres de color blanco por considerarlos negativos para
la felicidad de los negros.
Hasta
que nuestro Petión, asentado en una zona parcial de su país llega a la
Presidencia. Eso sucede en 1807, y es tan noble su accionar que es reelecto
en 1811 y 1816.
Durante
su preeminencia sembró a su tierra de escuelas y liceos, la mujer con similares
derechos que los varones. En la Constitución nueva colocó una cláusula “todo
africano, indio y sus descendientes en las colonias que vinieran a afincarse
serían reconocidos como haitianos”.
No
se detuvo allí, y confiscó las tierras de los franceses, dividió la tierra
entre sus soldados y campesinos, bajó el precio de venta de dichas tierras y
dio una libertad inusual a su población.
En
1816, Petión recibió por primera vez a Simón Bolívar y le prometió una
amplísima colaboración en sus planes emancipatorios.
Fue
así que dispuso al futuro libertador infinidad de fusiles, pólvora, municiones,
víveres, el flete de varia goletas, una imprenta móvil y suma importante de
dinero. Como sola contrapartida lo comprometió a abolir la esclavitud en todas
las tierras que sus armas libertaran.
Demás
estaría decir que el caraqueño heroico cumplió acabadamente la promesa.
A partir de éste solo hecho, Bolívar, hasta
entonces uno más de los luchadores por la Independencia americana auspiciados
por potencias enemigas de España y miembros de clases sociales privilegiadas,
pasó a ampliar la base social de su gesta y con ello aseguró el triunfo que,
hasta arribar al encuentro con Petión se le presentaba esquivo y lejano.
Soldados
haitianos se sumaron a la campaña militar del Libertador de América y hasta se
destacaron en la batalla final de Ayacucho, en 1825.
Alejandro
Petión era para casi todos el “Padre del buen corazón”. La reforma agraria
pacífica que supo diagramar lo había elevado a la cumbre del reconocimiento de
la gran mayoría de su pueblo.
En
1818 la fatalidad se cruzó en el camino del gran haitiano cuando contaba solo
48 años… La Fiebre amarilla le produce la muerte, el 29 de marzo del año
mencionado.
Se
dijo de él que “no supo derramar lágrimas sino a su muerte”.
Siguió
adelante la historia de Haití. La dominación francesa aunque no totalmente se
restableció, dada la fuerte impronta de sus elementos humanos enraizados en su
economía. Después llegaría el turno del nuevo joven Imperio, el yanqui. Llegan
los Marines, las masacres, los monopolios del azúcar, su Banco Nación
convertido en sucursal del Citibank, la sangrienta Dictadura de Trujillo en la
vecina Santo Domingo, la otra dictadura Pro yanqui de Papa doc. Duvalier, hasta
terminar hoy como el país más pobre del continente, luego de la sucesiva saga
de Dictadores y gobiernos inmorales y serviles de los norteamericanos, que
entre otras calamidades han sometido al lugar a una indescriptible tala de
bosques nativos.
Ese
arrasado país de nuestra América, sin embargo, dio lugar a la existencia hace
dos siglos a un prócer que fue un puntal de la Independencia americana.
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