domingo, 26 de octubre de 2014

La generación que rechaza el no

Por  Noor Jiménez Abraham
Doctora en Ciencias de la Comunicación Social

   Se oponen a que se les llame la atención cuando deciden incumplir normativas, tampoco aceptan que se los repruebe aunque no hayan querido estudiar.  Suelen  no hacerse cargo de sus decisiones cuando los resultados no fueron los que esperaban, situaciones en la que es muy factible que “culpen” a otras personas por sus falencias. Los adolescentes actuales representan el dilema de una sociedad que desconoce el modo de tratarlos. Se ha pasado de la represión a la juventud a una permisividad que confunde a todos y que desborda de incertidumbre y desorientación.
   En este contexto, la agresión es una de las variables.  En el caso de los varones, no sólo la ejercerán sino que también serán blanco de ella; las chicas, por su parte, aparecerán como violentadas y violentas, porque violento es, para ambos,  su entorno.  Ellos que responden con violencia como su forma propia de expresión, no saben cómo defenderse cuando les afecta.
   La escuela que los incluye será uno de los motivos de su exclusión futura, porque no se los prepara para el fracaso ni el trabajo arduo o la responsabilidad y esto no es a causa de los contenidos curriculares o de la preparación pedagógica de sus docentes, sino que así decanta del sistema general que los rodea, donde se les evitan las frustraciones necesarias para su evolución madurativa.
   Mientras la ausencia y la repitencia siguen siendo dos problemas difíciles de superar en la escuela pública, los padres, en ocasiones, quitan sus broncas agrediendo a profesores y todos pierden el foco de la cuestión. No habrá trabajo  que les permita llegar tarde ni universidad que les brinde reiteradas oportunidades hasta aprobar los contenidos, ninguna institución aceptará sus quejas poco fundadas. En la actualidad, los chicos amenazan, las políticas públicas los malcrían, los adultos confunden los roles.
   Las chicas pueden arrancar cabellos y tomarse a los golpes. Una instantánea, un momento cualquiera y se superponen las historias: embarazadas, en tratamiento por adicciones, abortos; los varones llegan a lastimarse con botellazos en los boliches o son suspendidos por mal comportamiento en los colegios y algunos protagonizan accidentes de tránsito en los que aparecerán como actores o víctimas, o ambas cosas.
   Acosados por los negocios del alcohol y la droga, a los que son impulsados como nunca antes en la historia, en una sociedad de consumo que los consume, la cuestión es tener las mejores zapatillas o las mejores tetas, porque todo se puede comprar, excepto la templanza, que deviene del ejercicio conjunto de tiempo y paciencia.
   En nuestros días, la autoridad no deriva del respeto a la experiencia de las personas adultas, sino a quienes tienen más capacidad de compra o de dominio tecnológico, por lo que el mundo no adolescente que rodea a estos chicos se encuentra en situación de crisis al momento de tener que interactuar en situaciones que solían manejarse desde esquemas jerárquicos, como la vida en la escuela, el hogar y otras instituciones.
   A veces las chicas se practican un aborto de la misma forma que un piercing, así de solas, con tanto desconocimiento, con mucha niñez perdida. La trata de personas, la esclavitud laboral, el bullying, el sexting, las viejas prácticas y las nuevas, los y las acosan.

   Hace tres años, ya un artículo del diario La Nación del 29 de marzo de 2011 señalaba el resultado de estudios realizados por un grupo de científicos internacionales en el que se informaba que en la actualidad mueren más adolescentes que niños en el mundo - fenómeno que ocurre por primera vez en 50 años- y las razones especificadas fueron la violencia, el suicidio y los accidentes de tránsito. Es decir, que la humanidad ha avanzado para superar las infecciones pero retrocedió en cuanto a su madurez emocional.

 

   Algunos adolescentes reciben la contención familiar necesaria para equiparar en ciertos aspectos estos desajustes al encontrar una proyección en la trayectoria de sus padres,  madres o algún referente mayor,  pero otros, por distintos motivos, no tienen esa oportunidad, por lo que les es difícil encontrarla afuera, dado que el mundo se muestra hostil.
   ¿De dónde surgen semejantes cambios de paradigma?, ¿cómo entender a quienes pueden pasar de victimarios a víctimas en solo un chasquido de manos?, ¿cuáles son, entonces, las responsabilidades de la sociedad en su conjunto, de las instituciones en general, de la economía de mercado? La deuda pendiente pareciera ser el desalentar la violencia en los jóvenes, la que ejercen entre sí, la que los atrapa y destruye.
   Si a estas situaciones se le agregan las vulnerabilidades que sufren las personas y que en la adolescencia suelen acrecentarse, por género, etnia, situación social, discapacidades, aparece una sociedad que se atisba como integradora pero en la que se escabullen derechos esenciales.
   Los adolescentes actuales tienen acceso a netbooks, celulares, autos, motos, aún los que presentan situaciones sociales de vulnerabilidad, ya que el avance tecnológico se ha acercado a las personas. Todo lo pueden manejar rápido y con precisión excepto sus vidas, porque les resulta complejo determinar hacia dónde quieren ir. Lo que acontece no sólo por cuestiones económicas sino porque la sociedad ha modificado sus estándares. 
   Pasaron de ser las personas perseguidas a ser aquellas a las que todo se les tiene que aceptar, por lo que su capacidad de frustración es inversamente proporcional a las situaciones complejas que deban enfrentar, dado que cada día son más las concesiones frente a una  mirada romántica que se proyecta sobre ellos y que reiteradamente esconde los problemas reales.


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