lunes, 12 de diciembre de 2016

Trinchera migrante

Por François Soulard
Migrante franco-argentino,
miembro del Foro por una nueva gobernanza mundial

Crecen en todo el planeta los muros impuestos a las personas migrantes. No se trata de un fenómeno nuevo. Pero ha tomado en la última década una amplitud preocupante en todos los continentes, lo cual nos obliga a abordarlo desde una perspectiva global.

Desde el 2007, punto de propagación de la crisis financiera iniciada en los Estados Unidos, una potente onda sísmica sigue sacudiendo los sistemas políticos de todas vertientes. Los grandes partidos tradicionales entraron en crisis abierta o latente, dejando lugar a la asunción de nuevas fuerzas, tanto progresistas como reaccionarias capaces de perturbar a los establishments y captar el descontento popular. Primero, se vió en los países árabes a través de una Primavera de indignación que luego fue derrotada en las urnas por un electorado todavía conservador y los partidos instalados territorialmente. También se manifestó en el continente asiático, en China, Japón, Rusia, India, Turquía con el empuje hacia un nacionalismo más autoritario. Más adelante en mayo 2016 en Filipinas, vimos un Rodrigo Duterte ganar la presidencia incluyendo en su campaña la propuesta de eliminar 100 000 personas categorizadas como criminales.

En Europa, muchos países experimentan avances de partidos xenófobos y crisis de pertenencia al bloque regional. Más de 1 200 kilómetros lineares de muros y un dispositivo de exteriorización de fronteras han sido establecido en Europa en cínico contraste con la población de refugiados recibidos: solamente 14% de estos últimos llegan en los países industriales, mientras la gran mayoría transita en los países en desarrollo. Del otro lado del Atlántico, se impuso Donald Trump cuyo proyecto anti-migratorio no le ha impedido llegar a la Casa Blanca de un país donde los migrantes producen una riqueza equivalente al 30% del PBI nacional. Recordemos que desde el fin de la Guerra Fría, 24 millones salieron de la clase media en Estados Unidos (18 millones en Europa).

Ante estas tendencias, semejantes en ciertos aspectos a las de la recesión de los años 1930, crecen también nuevos proyectos internacionalistas y democráticos: los proyectos populares latinoamericanos, Sanders, Corbyn, Podemos, Syriza, Mélenchon. Sus avances a contracorriente los obligan a consolidar alianzas entre ellos y constituir fuerzas políticas para frenar los proyectos reaccionarios y evitar los intentos de domesticación (tal como ocurrió lisa y llanamente con Syriza en Grecia).

Todo esto nos remite a un punto central para entender el trato que los poderes tradicionales construyen ahora sobre la diversidad y la movilidad humana: el orden global, hegemonizado al salir de la segunda Guerra Mundial y rápidamente transformado por la globalización unipolar de las últimas tres décadas, se encuentra ahora en pleno tambaleo. Si bien ciertos poderes se han hiperconcentrado en pocas manos, ningún actor hoy es capaz de contener o asumir institucionalmente las nuevas realidades mundiales. La mayoría de las instituciones están paralizadas frente a las interdependencias transnacionales en materia de seguridad, de cambios climáticos, de flujos migratorios, de desigualdades sociales. En esta transición incierta, la estabilidad que se pierde cuando un sistema de regulación o de coalición entre potencias deja de funcionar tiende a trasladarse en el interior de las sociedades con nuevas búsquedas de seguridad subjetiva y objetiva.

Vuelve lo político en el sentido planteado por Mouffe y Laclau. Crece el miedo colectivo, los emprendedores de violencia, las proyecciones negacionistas, securitarias y neo-nacionalistas, poco favorable al paradigma inclusivo que requieren las migraciones humanas en un mundo donde uno de cada siete ser humano es migrante.

Argentina y la región no escapan a estos fenómenos globales. La realidad migratoria argentina que se consolidó como una experiencia ejemplar a contracorriente de la tendencia mundial, entra ahora en tensión por el proyecto excluyente y neocolonial llevado adelante por el gobierno de Cambiemos. Aquí y en el Brasil del presidente ilegítimo Temer, no solo las élites implementan acciones directas de criminalización de los sectores populares – la encarcelación arbitraria de Milagro Sala siendo un caso emblemático, sino que vuelven a reactivar un régimen neopunitivista que hace brotar el fascismo social y los “restos discriminatorios” encapsulados en la memoria arcaica de la sociedad. Raúl Zaffaroni bien recuerda que esta corriente neopunitivista, es decir la fábrica planificada de un clima punitivo selectivo, se expande de forma subterránea desde los años 70 como corolario de la exclusión generada por el paradigma neoliberal.

Cualquier régimen político que reduce el espacio social, destruyendo empleos, cohesión social y derechos, necesita fabricar una alquimia moral que legitime chivos expiatorios, estereotipos y enemigos, incentivando la conflictividad en el interior de los sectores populares. El informe[1] redactado en noviembre 2016 por once organizaciones argentinas en el marco de la Convención Internacional sobre la Eliminación de Discriminación Racial es unánime. Un conjunto de medidas del gobierno, desde el centro de detención migrante, la persecución policial, la desactivación de programas de regularización hasta el nuevo Código Procesal Penal, pone en riesgo el derecho a la diversidad y a la migración ratificado en la ley migratoria argentina (ley n°25 871). Obviamente, los medios masivos de comunicación cumplen una función permanente para amplificar esta discriminación selectiva. Un estudio mediático de la Defensoría del Público muestra que 80% de las noticias vinculadas a la temática migratoria entre 2013 y 2015 están asociado a temas policiales, invisibilizando sistemáticamente su conexión con los derechos humanos.

Los migrantes y más ampliamente los sectores populares hoy deben redoblar sus esfuerzos para contrarrestar esta ofensiva expiatoria. Es una batalla táctica que también se encuentra en plena sintonía con un eje estratégico de los nuevos proyectos emancipadores: disputar una mundialización inclusiva demostrando que las lógicas de potencia, de segregación y de dominación se han tornado inviables en un mundo con altísimos grados de comunicación, interdependencia e intersocialización. Esta aventura inédita requiere reescribir muchas cosas. Nos convoca para ser no solamente defensores y luchadores, sino también inventores de nuevas alianzas e iniciativas.

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